El
agradecimiento por los servicios prestados en los casos de transformismo
político no es nuevo en España. Del resto de tales asuntos en Europa estoy poco
informado. En nuestro caso, una gran parte de la literatura galdosiana,
especialmente en los Episodios Nacionales, está repleta de audaces meandros de
no pocos personajes que, en menos que canta un gallo, pasan de Pinto a
Valdemoro, en pos de mayor remuneración, distingo y posición social. Algunos
pasaron, informa don Benito, de taberneros de
extrarradio a directores generales de alcabalas y similares. Y también hubo
quienes de aguadores de la Fuente del Berro
pasaron a engrosar la nobleza palatina. No hace falta repetir la famosa
frase de Vespasiano: «el dinero no huele».
Colocar
a los parciales, favorecerlos con prebendas y sinecuras es una de las
tradiciones españolas de mayor raigambre. La señora Ayuso,
por tanto, no podía quedar al margen de tales usos y costumbres. Ni, por otra
parte, había motivos para que Toni Cantó no pudiera verse beneficiado de la sopa boba.
Hay
quien ha afirmado que es un actor mediocre. Lo ignoro. Y también hay quien
propala que nadie le ha dado trabajo desde que perdió las elecciones en
Valencia. Lo desconozco. Lo que sí sospecho es que el trabajo de actor debe ser
durísimo e irregular. Es más agradable el relativo confort de la vida política.
De ahí que este Cantó echara los tejos a Ayuso. Su operación fracasó. No pudo
ir cuneramente en las listas de las elecciones autonómicas madrileñas, llegó
tarde al censo. Le quedaba, pues, el premio de ´la pedrea´: ser consejero,
director general o algo similar. Y volvió a fracasar.
Mi
hipótesis es: Casado y su staff lo han
impedido. Por dos razones: habría sido duro de pelar que, dada la lista de
espera en el Partido Popular, recayera un alto cargo en un pollo--pera recién
llegado, tras una biografía llena de insultos a PP; había que premiarle su
travestismo, pero de una manera que significara una humillación para el propio
Cantó, aunque este pueda decir «dame pan y llámame tonto». Una maniobra sutil
ideada por algún sofisticado de la calle Génova que obviamente no puede ser del
grupo dirigente.
«No
es un chiringuito», ha manifestado Cantó. Peor todavía. Es un vulgar paga a un
mercenario que, ni siquiera, dispondrá de secretaria o secretario para
descolgar el teléfono. Es la Oficina del Español de Madrid. Una Oficina donde Nebrija no está presente, ni don Luis Miranda Podadera,
ni nadie de la familia Blecua.
Por
lo que, hablando en oro, la cosa hunde sus razones desde los tiempos de los
toros de Guisando. Nada nuevo bajo el Sol.
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