Andreu Claret ha dado cuenta en su mural de facebook de
la indignación que le produce el océano de meadas con su correspondiente
pestazo en el Born de Barcelona. Mis amigos me confirman que, desgraciadamente,
las cosas son así. Nuestro hombre aclara que no son irlandeses –cuya fama de
mearse en todos los sitios es notoria— los que evacuan en los portales y las
esquinas barcelonesas, sino gente del país. No son irlandeses, afirma, porque
hay pocos. En resumidas cuentas, que son barceloneses, posiblemente con una
minoritaria aportación pueblerina. Mis amigos me informan que no solo es el
Born el lugar do huele fatal sino todo el centro de la ciudad. (En la Roma
antigua también pasaba lo mismo, pero al menos los meados eran una fuente de
negocio pues de ahí se sacaba la materia prima para los tintes y lavados de la
ropa). En definitiva, aquella Barcelona post olímpica, post moderna y post
logarítmica hiede –jíe decimos en la
Vega de Granada— a meados al por mayor y detall.
Menos
mal que en la estación de Sans se han inaugurado unos lavabos –de pago, ¿eh?-- para bajar la polución de los orines. Un euro
por meada. Para darle mayor énfasis y ceremonial el cónsul honorario holandés,
Dick Kremer, ha cortado la cinta. De manera que la carrera diplomática y sus derivaciones
manifiesta una utilidad añadida: no solo es la geopolítica la actividad
consular, lo es también la inauguración de meaderos. Especialmente cuando son
de «última generación», en palabras de Herr Kremer.
Post
scriptum.--- Leo en El País, al que he
vuelto momentáneamente tras la nominación de Pepa Bueno
como directora del diario, que la Docta ha aceptado que el primer
diccionario castellano es de Alfonso de Palencia,
no de Antonio de Nebrija. Me imagino que lo habrán discutido a fondo. Estupor
en la ciudad de Lebrija y sus alrededores sevillanos.
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