Ciudadanos es un partido que ha creado la distancia
más grande, leída en clave inversamente proporcional, entre las expectativas que
creó y la situación en que se encuentra en la actualidad. Parecía que iban a
comerse el mundo y no pocos analistas auguraron, tiempo ha, que ocuparían
holgadamente el centro político español. Representaban –eso nos decían-- a las capas medias más o menos ilustradas,
alejadas de «los extremos». Pero le faltó siempre algo fundamental: proyecto
político, grupo dirigente solvente y temple. Así es que pasaron del «palio sonrosado de la luz crepuscular» de un extraño
barniz socialdemócrata a chicolear indisimuladamente con la derecha extrema y
la extrema derecha.
Las
profundas limitaciones de Ciudadanos y su acción política cada vez más
derechista lo llevaron a la hecatombe. Primero en Cataluña y, no más tardar, en
toda España. Hoy, la desbandada es general: cada quisqui se busca el cardhú
nuestro de cada día allá donde le quieran amparar. No es confortable vivir
entre escombros ni debajo de un puente. Así pues, desbandada general: Murcia y
Granada rematan, ahora, la crisis de este partido.
¿Qué
es lo que se ha perdido? Especialmente –como hipótesis-- que hubiera surgido un partido de la derecha
ilustrada, de ´centro´ que dirían los politólogos diplomados. En resumidas
cuentas, no ha podido ser: Arrimadas ha
preferido convertirse en casquería.
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