La
corrupción todavía tiene predicamento en Cataluña. Y, más concretamente, la
corrupción de élites. La antigua Cataluña industriosa –mitad calvinista, mitad
católica, apostólica y romana— de un tiempo a esta parte ha virado estéticamente
hacia la cleptocracia. El Patriarca, padre fundador del gen
grancovergente, dio el pistoletazo de salida, bendiciendo así los anteriores y
posteriores trapicheos. La corrupción, pues, distingue en la alta mesocracia
catalana.
Laura Borràs estaba
en lista de espera del ejercicio corrupto hasta que le llegó la hora: ella
también, si quería distinguirse en las filas de las diversas trasmutaciones
post post post convergentes, debía meter las manos en el puchero. Con esta
credencial de nuevo postín --«nuova
gente, subiti guadagni», dijo el Dante un
tanto airado-- ingresa en el sinedrio
independentista y a lucir el palmito contra España o el Estado, que para ella
tanto da lo uno como lo otro.
Esquerra Republicana de Cataluña,
el partido abacial de Junqueras,
el más confuso de Europa, que siempre dijo chocar contra la corrupción, de
tanto decirlo por el camino verde que va a la ermita, su fuente de denuncia se
ha secado y lloran de pena las margaritas. ERC vota a una dama
empingorotadamente corrupta para presidir el Parlament de Catalunya: que tu
mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha. Mientras que los fraticelli de la CUP hacen tres cuartos de lo mismo
simulando un ejercicio sacrificial en beneficio de Cataluña.
Oido
cocina: no se trata de un error, sino de una opción política, un adelanto de
que será la próxima legislatura. Pero no lo tendrán fácil.
Lo
dicho: ese Parlament es una casa de sombreros.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», dijo
don Venancio Sacristán.
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