Frase
antigua: ´atenerse a las consecuencias´. O lo que es lo mismo: apechar con los
hechos que se derivan de una actuación determinada. Las salpicaduras del
temporal murciano –zarzueleramente hablando, la parranda-- están siendo de variado signo. Han dado un
determinado respiro al Partido
Popular, que estaba sentado nuevamente en el banquillo; ha debilitado a
los partidarios del desenganche de Ciudadanos del triángulo derechista; ha acelerado el chup chup
del comistrajo de Vox;
y, finalmente, ha
hecho reaparecer la castiza figura del tránsfuga doméstico como actor en la
escena política.
Son
las paradójicas consecuencias de la moción de censura presentada en Murcia, una
figura parlamentaria constitucional que ha sido distorsionada y envilecida por la
acción tóxica del transfuguismo, subvencionado por los de Casado.
Quienes
pusieron en marcha la moción, con motivos más que sobrados, no tuvieron en
cuenta que los tránsfugas reaparecen cuando las relaciones de fuerza son harto
inestables. Y no calibraron que tener razón no basta, una vieja asignatura que los
párvulos siempre dejan para septiembre. Ahora,
el principal damnificado, Ciudadanos, tendrá que navegar de bolina en el zafarrancho
que se avecina. Complicado lo tiene.
Por
lo demás –aparece el trasvase del río Segura al Manzanares-- Ayuso aprovechó que «era de
noche y, sin embargo, llovía» para añadir un peldaño más al castizo movimiento
procesista (sic): un sucedáneo del procesismo catalán; es el madrileñismo
altivo, excluyente con aires de salvapatrias, que está en las antípodas del
«Madrid, capital de la Gloria», que cantara Rafael
Alberti. Ese Madrid ultra al que se
le ha metido en la cabeza ser la nueva Covadonga con ´Ayuso y cierra España´
como consigna salvífica.
La
situación política española es un chisporroteo que cruje simultáneamente en dos
sitios clave: Cataluña y Madrid. Los dos nacionalismos que tanta tribulación
han creado a lo largo de nuestra historia: el periférico y el carpetovetónico.
Ahora en plena competencia a ver quién mea más largo. Que ya no se agreden
entre sí, sino que van tout court contra el gobierno progresista.
Lo
más desgraciado es que, en los recovecos de esos dos nacionalismos, que están
en el poder, algunos de sus representantes más conspicuos, así en Madrid como
en Barcelona, están o bien en el banquillo de los acusados o bien investigados
judicialmente.
Estamos en una situación de burdo galimatías. Tal vez esta grotesquez sea el último recurso de Pablo Casado, tras sus continuos fracasos en intentar desalojar de la Moncloa a Pedro Sánchez. En todo caso, empieza a ser preocupante la acumulación de situaciones disparatadas. Y a la vez es irritante que no se siga la recomendación sacristaniana –de don Venancio— de que «Lo primero es antes».
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