A
medida que avanzan los resultados electorales en los Estados Unidos, el
candidato Trump va
perdiendo fuelle, y es muy posible que tenga ya las horas contadas. Por esa
razón nuestro hombre va perdiendo los pocos estribos que le quedaban. Es muy
posible que arme la de dios es cristo antes de dar su brazo a torcer.
A
mi juicio hay varias razones que explicarían, al menos parcialmente, la actitud
cimarrona de ese caballero. Quiere seguir en el poder a toda costa; tiene
necesidad de mantenerse arriba del todo para guarecerse de las doce causas
judiciales que le persiguen; y, finalmente, en los mentideros de Washington se cuchichea
que está preparando que su hija, Ivanka, le suceda en la
presidencia de los EE.UU. En resumidas
cuentas: sólo santa Rita, abogada de los imposibles, está en condiciones de impedir
que ese caballero la líe todavía más parda. Por otra parte, el abogado Rudy Giuliani, ex alcalde
de Nueva York, está interesado en que el asunto se eternice: día que pasa,
factura que engorda.
En
teoría una de las posibilidades de abortar el huracán es que el Partido Republicano reconozca la victoria de Joe Biden, presionado oficiosamente por las
cancillerías de países amigos. O conminado directamente, por empresarios
norteamericanos que no quieren más merder
que el necesario. Por lo demás, los republicanos deberían prestar atención a
este fenómeno: con Trump pierden las elecciones; en cambio ganan en el Senado y
avanzan en la Cámara de Representantes.
Tiempo
habrá para leer los comentarios de analistas avezados en la materia sobre la
personalidad de este Trump. Hasta la presente lo que hemos leído y oído en el
tertulianaje militante nos ayuda poco a estar al tanto, a entender por qué ese
caballero ha recibido tantos millones de votos, más que cuando hace cuatro años
ganó las elecciones presidenciales. Yo entiendo que hay pocas ganas de entrar a
fondo en ese análisis, porque eso significaría reconocer la existencia de no
pocas lagunas e insuficiencias en las políticas de quienes no consiguen
vencerle.
Algo
parecido pasó –nos pasó, quiero decir-- cuando Silvio Berlusconi se hacía repetidamente el amo de Italia. Dijimos
que era un payaso y nos quedamos reconfortados, aunque sin saber por qué barría
electoralmente. Por qué, por ejemplo, ganaba en el barrio milanés de Sesto San Giovanni,
otrora importantisimo granero del Partido comunista
italiano. Y es que nosotros no captamos –ni nuestras amistades italianas
nos lo dijeron— que Berlusconi era (o se hacía pasar) una de las expresiones de
un parte no irrelevante del italiano corriente y moliente (que encarnó el gran Alberto Sordi) y aquí, en nuestra casa, supo expresar Alfredo Landa. Berlusconi quedaba así reducido al Berlusca.
Trump
tuvo en las anteriores elecciones 60.541.308. Esta cifra ahora ha sido
ampliamente superada, a pesar de los desaguisados y estropicios que este hombre
ha hecho. Ha sido, además, el personaje que aparatosamente ha propuesto
certidumbres cuando la política convencional proponía ambigüedades. Cierto,
aquellas certidumbres que propuso en 2016 no se cumplieron. Por eso, ha vuelto
a proponer ahora otras certidumbres. Él sabe que la mancha de la mora con otra
verde se quita.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», una
enseñanza que repetía don Venancio Sacristán.
Referencias
a artículos anteriores sobre el mismo tema norteamericano:
Elecciones
americanas y algunas de nuestras cosas
Las
repercusiones de ´la cosa´ americana en nuestro patio de vecinos
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