Los gobiernos de Hungría y Polonia están dispuestos a
vetar los fondos europeos destinados a luchar contra la crisis que está creando
el coronavirus. Es, según sabemos, una medida de presión para que la Unión
Europea haga la vista gorda por el quebrantamiento del Estado de derecho en
esos países. Un chantaje en toda regla. Lo curioso del asunto es que Polonia y
Hungría son los principales beneficiados de dichos fondos. De ahí que algunos
analistas hayan dicho que se trata de un farol. Tres cuartos de lo mismo que el
«farol» que según Clara Ponsati montaron con el 1 de Octubre de 2017 los suyos, los independentistas
catalanes.
No sabemos si los gobiernos polacos van a por todas en
ese órdago: la UE tiene suficientes mecanismos para poner en marcha los fondos
y dejar a los faroleros con el culo en poder de los pepinos amargos. En todo
caso, tales maniobras pueden crear un clima de cierto enrarecimiento en Europa.
Justamente en unos momentos un tanto críticos en los Estados Unidos tras la
actitud grotescamente levantisca del perdedor de las elecciones presidenciales.
Más todavía, en paralelo al acuerdo que las principales economías del Pacífico
asiático han firmado un tratado de comercio de extraordinaria importancia.
El asunto no es para tomarlo a broma. Entre otras
razones porque a los dirigentes húngaros y polacos parece importarles un comino
las consecuencias de sus actos, tanto los de tipo doméstico como los
europeos.
Jacques—Bénigne Bossuet decía que «Dios se ríe de los
hombres que se quejan de las consecuencias, y en cambio consienten sus causas».
Pierre Rosanvallon llamó a esos comportamientos la paradoja de
Bossuet. En cierto sentido los gobernantes del farol –mitad húngaro,
mitad polaco-- intuyen que también en este caso funcionará la
paradoja de Bossuet, el famoso clérigo absolutista de la Francia de Luis XIV.
La ambulancia sigue su camino.
Son meditaciones a la altura de la Ocata de Gregorio
Luri, un profesor de filosofía que tiene el coraje de defender a intelectuales
tan alejados de la izquierda como Donoso Cortés y Menéndez Pelayo. Mis respetos
al filósofo de Ocata.
De vuelta a Pineda de Marx. Y le doy vueltas a la cabeza:
todo indica que ha reaparecido en el PSOE un grupo de perturbadores de alto
coturno. Señalo como principal pregonero a Felipe González. Es el hombre que lo
tuvo todo. Y que –en la Vega granadina dirían «ley de
vida»-- a medida que pasaba el tiempo, ya fuera del
poder, perdía la compostura porque gradualmente se le iban escapando las
discontinuidades, grandes y pequeñas, del nuevo paradigma de la
reestructuración y reconversión de los aparatos productivos y de servicios, la
aparición de nuevos sujetos políticos, inéditos y sorprendentes para su sentido
del orden de las cosas. Debió percibir en un momento dado que su voz ya no era
escuchada con reverencia y, más tarde, posiblemente con indiferencia. Había
dejado de ser el Dios que construyó Txiqui Benegas.
Así las cosas, genio y figura, decidió seguir hablando
con los mismos acentos que cuando gobernaba. Pero eso ya no cuadraba con el
tránsito hacia el post fordismo. Felipe González hablaba con el tecleteo de la
Olivetti, no con el ordenador personal. Discurría analógicamente, despreciando
los significantes digitales. Felipe González está desubicado.
Así las cosas, es de cajón que ese hombre arremeta
contra Pedro Sánchez. Es un hombre de otros tiempos, que no quiere aprender lo
que está pasando. Pero ahora es archivo de descortesía y proveedor de citas de
autor para uso –queriendo o sin querer-- de las derechas de secano y
orinal. Estaría mejor, reposando, en su particular Colombey les deux Églises.
Por fin en casa. Otro día más, otro día menos. La ambulancia
sigue su ruta con otros pacientes.
Post scriptum.--- «Lo primero es antes», docet don Venancio Sacristán.
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