Lluis Rabell ha advertido que
«una izquierda política en Cataluña transformadora, alternativa y amplia,
difícilmente se consolidará si no apuesta por una perspectiva federal». Y,
remachando el clavo, añade: «En la ambigüedad entre federalismo, confederalismo
o independentismo no se sabe lo que lo que somos y no permite consolidar un
espacio político … jugar con la ambigüedad respecto a la independencia no
permite consolidar ese espacio». Estoy de acuerdo. Y, aprovechando que el río
Genil pasa por Granada, me hago venir la siguiente consideración: sigo
estupefacto al ver el despilfarro de los Comunes que no tienen en cuenta a este avezado
político. Tampoco a Joan Coscubiela, pero al menos éste ha sido repescado por Comisiones Obreras
para dirigir su importante Escuela de formación sindical. Unai Sordo aprovecha
las ocasiones contando con lo que le parece lo más idóneo. Bien hecho. Lluis
Rabell, en cambio, no tiene quien le escriba desde sus círculos aproximadamente
más allegados. No es sólo ni principalmente una lástima; es –como se ha dicho
antes-- un despilfarro. Pero, mucho me
temo, es la consecuencia del déficit de capacidad del grupo dirigente que, desde su debilidad, se siente amenazado
por quien tiene «la funesta manía de pensar».
Pero, a la vez,
ese ninguneo de todo lo que no es «lo oficial» expresaría que la vieja cultura
de la tradicional izquierda grupuscular se ha trasladado a la que aparenta ser
una izquierda nueva, a saber, la homogeneización de los equipos de dirección o,
mejor dicho, la fidelización del grupo dirigente a lo que parece pensar el
líder. O se le ocurre al líder por estridente que sea el pronto. Esa izquierda está condenada a
acompañar interesadamente a la izquierda mayoritaria y, depende las relaciones
de fuerza, a influir en unas u otras propuestas, pero siempre como segundona. O
en el peor de los casos hacer de Pepito Grillo.
En definitiva, estamos ante un
Rabell sin pelos en la lengua. Que no tiene empacho en declarar que «ha llegado
al poder un grupo de mediocres» (una colla
de mediocres). Cierto. Me gustaría en todo caso ser un poco más caritativo que
Rabell: son una generación de tránsito entre
unos políticos que hemos conocido y los que vendrán que ignoramos cómo
serán. Esta generación que se ha pasado
todo su aprendizaje criticando la
Transición española es sólo y solamente una generación de tránsito. Paradojas
de la vida.
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