En el paisaje político catalán pueden observarse dos elementos que, aunque no únicos,
son de gran relieve: la fragmentación infinita del viejo espacio convergente y
la prisa de todos ellos en reacomodarse para acudir a la cita electoral que
será cuando dicte la confusa claridad de Quim Torra.
Todo el espacio independentista aparenta moverse: unos haciendo la noria y
otros como los cangrejos. En todo caso las apariencias indican que hay
movimiento. Pero ¿y el resto del retablo de las maravillas políticas?
Silencio,
que no sabemos si es prudencia o dificultad para decir algo medianamente
sensato. Silencio y en posición de don Tancredo, que es lo último que se debe hacer en política, sea esta global o de
campanario. En resumidas cuentas, la oposición política catalana está
silenciosa e inmóvil. Esto es algo que entendemos en el Partido Popular, ya que su insignificancia
no da para más. Se entiende menos en Ciudadanos donde puede verse un desfase entre su actividad
política en Madrid y su mutismo (incluso gestual) en el Parc de la Ciutadella.
Sin embargo, donde no se entiende de ninguna de las maneras es en el Partit dels Socialistes de Catalunya.
El
PSC --a medio camino entre la pachorra y la cautelosa prudencia-- da la impresión, en el mejor de los casos,
que está ahorrando iniciativas para otra ocasión mejor. Pero esto en política
es mala cosa. Dí en cada momento lo que corresponde a esa situación, podría
haber escrito Maquiavelo, Por ejemplo, ¿tiene sentido que los socialistas
catalanes, cuyo primer dirigente es una
persona sofisticada y muy capaz, hayan estado silentes antes y durante la
celebración de las manifestaciones catalanas de los sindicatos del pasado viernes en exigencia de
un pacto de reconstrucción? Decir
desidia sería algo exagerado; tal vez lo que hemos dicho antes: pachorra. Una
pachorra que posiblemente espera recibir los réditos de la política de Pedro Sánchez. Pero que, de esa manera, poco aportará
a una nueva orientación política de Cataluña.
Una
pachorra chocante porque dichas manifestaciones eran de apoyo al gobierno. Mi
padre, que tenía en su lengua todo el acervo de la malafoyá granaína, hubiera dicho: «Dios le da nueces a quien no
puede roerlas». Posiblemente era un tantico imprudente.
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