Quim Torra vuelve a
plantear que, en la mesa de diálogo entre el Gobierno español y el Govern de la
Generalitat, esté presente un mediador internacional. Es una idea que, vista
con ligereza, podrimos llamarla salida de pata de banco. Pero la cosa tiene
miga, mucha miga. La propuesta tiene dos derivadas: una subliminal, otra de
entorpecimiento. Es decir, tiene una deliberada doble intención.
1.--
Por lo general, la figura de los
mediadores es el recurso que se emplea
en determinadas ocasiones cuando se negocia con Estados autoritarios. Es sabido que, por lo tanto, quien propone
dicha figura está proyectando subliminalmente una sombra de sospecha sobre el
otro interlocutor.
2.-- La segunda está en la línea marxiana (la de Groucho) de «y otro huevo frito». A saber, que cada
paso que se dé siempre se verá acompañado por otra condición añadida. Se trata
de no aparentar que se es contrario a la mesa de negociaciones al tiempo que se
ponen palos en las ruedas. Es decir, un elemento de perturbación.
Me
permito una observación: los de Waterloo han dado un paso atrás. Ya no se
oponen frontalmente a la mesa de diálogo, ahora usan triquiñuelas para evitar
que la cosa avance. Calma, pues. Hasta que no pasen las elecciones autonómicas,
que ni siquiera están convocadas, la mesa de diálogo estará yendo del coro al
caño y del caño al coro. En estas ocasiones, mi padre adoptivo tomaba pastillas
Roter, que venían de contrabando, a través de Gibraltar. Ahora se lo puedo decir a ustedes: el portador era un picoleto que de esa guisa se sacaba unas
pesetillas. El delito ha prescrito, supongo.
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