Teresa Rodríguez ha
preferido ser cabeza de ratón a cola de león. Concretamente, se ha marchado de
Podemos Andalucía, junto a sus compañeros anticapitalistas, con la idea –afirma-- de montar otro partido. Novedad digna de ser
reseñada: Rodríguez se ha ido elegantemente. En el mundo de la política ese
comportamiento es realmente insólito. Ni una voz más alta que otra, ni un gesto
malcarado.
De
un lado, Rodríguez y los suyos llevaban tiempo señalando que no les gustaba la
deriva del grupo dirigente central, Madrid para entendernos; de otro lado, su
reivindicación de más autonomía para su organización regional, siempre chocó con
la negativa de Pablo Iglesias. La
apuesta firme de formar un gobierno de coalición elevó el voltaje de la tensión
entre unos y otros. Pero Rodríguez fue clamorosamente derrotada por las bases
andaluzas: el 97 por ciento de los inscritos votó a favor de las tesis
oficiales, entrar en el gobierno. Una votación a la búlgara que no deja la
menor duda de las preferencias de la militancia. Pero una cosa es la voluntad
de las bases y otra la
autolegitimación del dirigente que, rayana en el divismo, fija la ortodoxia que
--se dice-- viene desde los tiempos antiguos. Es la Vulgata que alimenta el péplum
de esa izquierda de cartón piedra, patológicamente
insatisfecha. Es la izquierda del
despotismo ilustrado con el arcabuz siempre cargado y apuntando a las reformas
de la izquierda pragmática. Es la izquierda del Brest Litovsk, reacia a pactar
ni siquiera cómo ganar la partida. Es la izquierda que prefiere la
descomposición a la recomposición de sus fuerzas. Es, por lo demás, la
izquierda de conveniencias familiaristas: el reformismo pintoresco de Kichy, así en lo
industrial como en lo religioso, es “de clase”, pero hecho por Iglesias es alta
traición.
Rodríguez
y sus galanes moscateles van a fundar
otra cabeza de ratón. Con lo que Andalucía tendrá otra oferta de izquierdas o
que, por mejor decir, parece de izquierdas. Y más en concreto: un partido
nacionalista, mera calcomanía del minifundio catalán de la CUP.
Son
las cosas de quienes rehúsan formar parte de unos horizontes de grandeza y
prefieren el minifundio que, achicándose progresivamente, se va convirtiendo en
una maceta.
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