En
los primeros andares del procés sus
dirigentes prometían el oro y el moro. Luego supimos, por boca de la ex
consejera Clara Ponsatí,
que iban ´de farol´. Oro del que cagó el moro; plata, la que cagó la gata. En
aquellos entonces, recién nacida la creatura, su célula de enardecimiento
propaló este chisme: Israel financiaría generosamente gran parte de los gastos
de la marcha de Cataluña hacia la independencia. Dinero a cascoporro. La
feligresía, que todavía no estaba al tanto del farol, lo creyó porque,
siguiendo a Tertuliano, es absurdo. Lo creyó porque, además, el tonillo de voz
que lo difundía tenía un aspecto de complicidad clandestina. Que, sobre todo,
parecía exigir discreción; o sea, su
contrario: que se difundiera a destajo.
El
bulo duró poco. Ahora bien, Israel continuó apareciendo –siempre a la
remanguillé-- en el imaginario de los
dirigentes del independentismo milenarista. Waterloo utilizó repetidas veces de forma espuria
una especie de paralelismo entre el
sufrimiento del pueblo judío y la causa catalana. Ya lo ha advertido Xavier Vidal—Folch: «Siempre el historicismo fue
coartada de los nacionalismos», una expresión educada que, traducida al lenguaje
de mostrador de tasca, sería: determinadas historietas son el abrevadero de los
nacionalismos. Pero tantas veces como los prebostes independentistas se
referían al «pueblo judío» otras tantas se respondía desde la embajada de
Israel en España, llamándoles al orden de manera, en ocasiones, muy severa.
Clara
Ponsatí hace oídos sordos a las advertencias de las autoridades israelitas.
Entiende esta señora que su sobrevenida valentía como eurodiputada le da
arrestos para volver a la carga. Debe, sobre todo, redimirse ante la gente que
se sintió ofendida cuando afirmó que el levantamiento del 1 de Octubre fue un
farol. O sea, una simulación de los tahúres del Misisipi. Y suelta en su
discurso de puesta de largo en la eurocámara –volviendo la burra al
trigo-- la relación entre los Reyes
Católicos, la expulsión de los judíos de Sefarad y Cataluña. Así las cosas,
provoca una doble indignación: la de las asociaciones judías y las de los
historiadores no agachados al independentismo.
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