Los
políticos españoles de los últimos cuarenta años han sido ágrafos, salvo muy
dignas excepciones. En estas, que yo recuerde, destacarían Santiago Carrillo y Raimon
Obiols. Pero de un tiempo a esta parte han cambiado las cosas: una
avalancha de políticos de los más variados galones y entorchados –o falta de
ellos-- se ha tirado al ruedo de las
letras y, cada dos por tres, aparece un título para consumo de la parentela. Ahora
bien, como es natural este afán literario tiene más bien un carácter instrumental.
Nada que objetar. Es un mecanismo más para hacer política.
Los
políticos catalanes se llevan la palma en ese estajanovismo literario. A favor
o en contra del procés se han publicado
más libros que novelas escribiera en sus días aquel fecundo Lafuente Estefanía, a
quien mi padre llamaba con santaferina retranca don Marcial. Uno de esos políticos es Santi Vila, titular de
diversas consejerías de la Generalitat de Catalunya bajo las presidencias de Artur Mas y Carles Puigdemunt, condenado
por desobediencia y absuelto por malversación en el famoso proceso. Santi Vila es,
digámoslo así, una de las almas del nacionalismo moderado –se opuso a la
declaración unilateral de independencia--
que intenta aglutinar los dispersos retales post convergentes con la
idea de hacer un traje que les sea medianamente aceptable. Más todavía, algunos verían con buenos ojos
que fuera el padre putativo de un grupo numeroso de catalanes huérfanos. En
concreto, nuestro hombre intenta –así lo ha declarado en la radio-- que todo el catalanismo centrista se presente
a las elecciones como un nuevo partido político. No sería solamente la asociación de agraviados
que han dejado atrás las extravagancias de Waterloo sino todo aquello que no
encaja en el menú que proponen tanto los post post post convergentes como los de Junqueras.
Sant
Vila y ese gambullo de personalidades post convergentes ha puesto la atención
en una franja del electorado al que se le había prestado poca o ninguna
atención. Según algunos observadores entre 250.000 y 300.000 electores
catalanes podrían ser independentistas de forma «circunstancial o táctica». Estarían
repartidos así: un 12 por ciento en los post convergentes y un 15 por ciento en
los republicanos. Aparentemente es un buen pellizco, siempre y cuando sea un
añadido a una determinada franja de electores, simpatizantes de las diversas
tapas variadas del nacionalismo.
En
fin, otro partido más en Cataluña. Otro partido que nace como resultado de
operaciones de escuadra y cartabón. Estos
partidos suelen durar poco.
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