José Luis López Bulla y Javier Tébar Hurtado
El sindicalismo confederal es
independiente de todos los partidos políticos, pero no es indiferente al marco
institucional que construye la política. Está fuera de duda la beligerancia del
sindicalismo para lograr un marco político-institucional que defienda, propicie
y amplíe los derechos sociales y la reducción de las desigualdades. ¿Cómo
concretarlo en una legislatura cuando está cogida con pinzas? El lema de las
derechas «la cruz en los pechos y el diablo en los hechos» será permanente
zafarrancho de combate contra una legislatura que, como hipótesis, podría abrir
un nuevo ciclo de derechos sociales y civiles. Frente a ese ataque, que no le
conviene al sindicalismo confederal, éste debe construir instrumentos para
defender un objetivo prioritario que pasa porque la legislatura cumpla su plazo
y sea lo más fructífera posible. Si esto fracasa, el riesgo sería una
involución en los terrenos sociales, culturales y políticos.
Esto nos lleva a una segunda
consideración: la relación entre política y trabajo es –o debería ser-- un
rasgo distintivo de la izquierda. Se nos hace difícil pensar la izquierda y
su proyecto-trayecto fuera de esa relación. En parte, la crisis
de las izquierdas ha tenido mucho que ver con su desvinculación del
multifacético universo del trabajo que ha vivido profundas mutaciones.
Nos parece necesario que el gobierno de
coalición PSOE–UP y el sindicalismo confederal pongan en marcha una amplia red
contractual y que aborde una serie de medidas urgentes con el fin de satisfacer
problemas pendientes, a la par que consolide la legislatura. Nos parece que el
cumplimiento total del período de mandato legislativo es condición necesaria,
aunque no suficiente, para abrir un nuevo curso de derechos sociales. La firma
para la última subida del Salario Mínimo Interprofesional es una señal potente
y clara. Es un paso hacia el umbral de la Concertación Social entre los agentes
sociales.
No estamos planteando que el
sindicalismo sea un sujeto ancilar de las políticas del gobierno, ni de ningún
partido. Estamos hablando de una relación de utilidad mutua entre ambos que
redunde en beneficio de la mayoría de la ciudadanía, especialmente de aquellos
sectores menos protegidos. No se trataría tanto de formalizar un pacto sino más
bien de una práctica sostenida de acuerdos puntuales. Por ejemplo, entendemos
que, para trascender la reforma laboral, se debería elaborar un nuevo texto
normativo, previamente negociado con los agentes sociales. Una práctica que
impulse unos nuevos derechos sociales nacidos del paradigma post-fordista e
inscritos en el cuadro de un acuerdo social por la innovación tecnológica, muy
especialmente en el ecocentro de trabajo. De entrada con un particular interés
en reducir el déficit tecnológico en nuestro país, que es uno de los tapones
que obliteran la eficiencia de la empresa al tiempo que degradan la calidad del
empleo; pero también como imprescindible estrategia de la lucha contra la crisis
climática. Pensemos, es sólo uno entre tantos ejemplos, en la necesaria
reconversión del sector automovilístico.
Una nueva relación entre sindicalismo y
política contribuiría a revitalizar las instituciones democráticas y la misma
democracia, que han envejecido considerablemente. Se trata de encontrar, entre
ambos, una práctica inédita para reducir la distancia entre la política y la
ciudadanía, ampliando la proximidad del sindicalismo con sus representados.
Para ello sería conveniente que la política y el sindicalismo se
comprometieran, cada cual en su terreno, con una profunda y convincente
renovación. No nos estamos refiriendo a las cuestiones de ´intendencia´ que son
las que han motivado que los partidos se dieran sólo una mano de pintura. Pensamos
en una profunda corrección de la desubicación de la política con el actual
paradigma post-fordista en permanente reestructuración y reconversión de los
aparatos productivos y de la economía global. Esa es la situación mientras que
los actores políticos y sociales actúan al margen de ello; se mueven en la
estrecha clave del Estado nación y como si el agente principal de la gran
industria todavía fuese la cadena de producción de naturaleza fordista. Hoy,
digámoslo claro, el fordismo es pura herrumbre, no así el taylorismo que sigue
vivito y coleando. Mantener la acción política en el viejo paradigma, ya
inexistente, no sólo es completamente inútil sino contraproducente. Así las
cosas, los problemas no sólo no se solucionan sino que se pudren y, tras ello, aparecen
tres situaciones: una, inmensas agrupaciones de agraviados; dos, un descrédito
de la democracia, reduciéndose gradualmente su perímetro; y tres, la aparición
de ejércitos de salvación –primero en forma de grupúsculos
irrelevantes, después más consistentes con poder de intimidación— con sus
respectivos caudillos, profetas y soldados. Por eso nos atrevemos a
sugerir a unos y otros que no tengan miedo de lo nuevo.
En infoLibre: https://www.infolibre.es/noticias/opinion/plaza_publica/2020/02/04/sindicalismo_politica_nueva_legislatura_103538_2003.html
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