Nada
menos que siete son los aspirantes que se auto proponen para encabezar la lista
de los post post post convergentes para substituir al diligente Quim Torra en la guía
institucional de Cataluña. Siete, número cabalístico. Siete fueron los samuráis
de Akira Kurasawa y siete los magníficos de John Sturges. Siete fueron las novias para siete
hermanos y, definitivamente, siete fueron los famosos niños de Écija.
Siete
cabezas de ratón presentarán –dicen fuentes, algunas veces bien
informadas-- sus candidaturas para
liderar el partido que un día fue «pal de paller» de Cataluña y ahora es un conjunto de retales diversos y
dispersos con los que no se puede confeccionar un traje. No vamos a decir sus
nombres, porque es irrelevante a los efectos que nos proponemos en este
ejercicio de redacción. Tan sólo haremos dos excepciones por su carácter
pintoresco: Laura Borràs,
portavoz de su grupo en el Congreso de los Diputados, y Jordi Puigneró, el joven en el que
Waterloo ha puesto todas sus complacencias.
La
Borràs es una señora algo extraña que mantiene de manera perseverante que Cristóbal Colón, Leonardo da
Vinci, Miguel de Cervantes y Teresa de Ávila
son catalanes. (Error caballuno: ignora esta dama que todas esas personalidades
nacieron en Santa Fe, capital de La Vega de Granada). Más chocante todavía es
que esta Borràs fuera consejera de Cultura de la Generalitat de Catalunya. También
Jordi Puigneró se ha distinguido por su contumacia a la hora de defender la
catalanidad de Cristóbal Colón y otros revisionismos no menos celebrados. Dicen
los más metidos en el ajo que este caballero es el que tiene más papeletas para
liderar el minifundio post convergente. Nosotros haremos una apuesta
arriesgada: ganará quien vocee el revisionismo más estrafalario en los
mercadillos y más promesas de victimización de Cataluña.
Siete
aspirantes, siete. Que prometerán volver a hacerlo. Lo sabemos: «Prometer es la
fruta del tiempo», dijo el Pintor en la primera escena del acto quinto del Timón de Atenas, una obra de Shakespeare
que a nosotros se nos antoja injustamente poco celebrada.
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