Es
más fácil romper que pensar. Esta es la tentación de Podemos: romper
(involuntariamente) la organización o pensar cómo salir de las aguas
pantanosas. Las recientes elecciones han representado un grave quebranto para
los de Pablo Iglesias. Ahora podría empezar el gran calvario para la
organización. Exageradamente o no los rumores insisten en que vuelven a brillar
las navajas de Albacete en la mitad del barranco. Y aparecen brotes de
desmembración, que podrían dejar sin plumas al gallo.
En
ciertas ocasiones, cuando se pierden estrepitosamente unas elecciones hay
quienes buscan la solución en el rompe y rasga, no en la razonada meditación
del «qué ha pasado y por qué». Y, a lo loco, se agita como solución el propio
campanario, ya sea trostkysta, socialdemócrata o anarco sin fronteras. Y,
mutatis mutandi, se ensayan experimentos con o sin gaseosa. En el fondo, podría
ser que los patrocinadores de estas nuevas quisicosas políticas considerasen
que el proyecto de Podemos ha fracasado. Yo no lo entiendo así.
Podemos
ha tenido un gravísimo tropiezo. Pero su proyecto, como tal, no ha fracasado. Es
más, yo diría que la ópera podemita
tiene una partitura que suena francamente bien, pero que su libreto necesita un
baldeo. Esta ópera, corregido el libreto, debe seguir sonando en los escenarios
de la política española. Calma, pues. Porque no es lo mismo un sonoro tropezón
que el fracaso de un proyecto político.
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