Siguen cayendo chuzos como puntas así en
Barcelona como en Bruselas. Carles Puigdemont sigue exhibiendo su particular almacén
de excentricidades. A destacar que tiene una feligresía devota que le sigue a
pies juntillas. Las reacciones en su contra –especialmente las de Esquerra Republicana--
ni son lo convenientemente claras ni lo suficientemente contundentes. Todavía
los de Junqueras están al albur de las veleidades de la
Tarara sí, la Tarara no. Hamlet y Yorick en tono menor. De ahí que la situación
sea –como ha dejado escrito Joan Coscubiela-- la de estar empantanados. Un pantano en
tiempos de sequía.
Novedades: voces amigas de chicoleos y
de que todo se sepa, me informan de la última propuesta del hombre de Bruselas.
«Dilo tú y así yo no me mojo», me dice una fuente que está en el all i oli de
este zafarrancho. Es un independentista nicodemita. Sea.
La propuesta de Puigdemont es: que se le
nombre president de la Generalitat, rodeado de un Consejo de la República
catalana, y con los poderes de nombrar gobierno y potestad para convocar
elecciones; estaría instalado en su residencia de Waterloo convertida en Casa
de la República.
Le pregunto a mi interlocutor que quién
correría con los gastos de todo ello. El nicodemita pone los ojos como acentos
circunflejos y, como la cosa más natural del mundo, me responde: «Los
presupuestos de la Generalitat».
Así, pues, el patio del colegio sigue
haciendo diabluras. Pero comoquiera que eso no tiene visos de colar, me
barrunto que la cosa puede acabar de esta manera: visita ad limina de los diputados independentistas en Bruselas y
designación de Puigdemont como presidente de la república catalana.
Simbólicamente, ¿eh?, no vayamos a pollas que el agua está muy fría.
De vez en cuando habría cónclaves en
Waterloo. Hay que amortizar la casona. ¿Qué cómo se financiaría la pipirrana? A
través de las aportaciones patrióticas
de la feligresía. En todo caso, la casona sería el lugar del mantenimiento de
la llama sagrada del legitimismo, el Saint Martin Le Beau Chico. El nacimiento de un nuevo mito.
Lo que me recuerda, salvando todas las
distancias que se quiera, la célebre anécdota de aquella tertulia apasionada
entre un grupo de exiliados españoles en un café mexicano. Años 40.
«-- ¡Yo, a América, he venido a
discutir! -suelta un diputado republicano, resistiéndose a dar por terminada
una discusión que había dejado agotados a sus contrincantes.
-- ¡Coño, cuántos kilómetros inútiles!
-le replicó León Felipe». Según explica el filósofo de Ocata en http://elcafedeocata.blogspot.com.es/2018/02/a-discutir.html
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