El nombre de Elsa Artadi viene sonando
desde hace semanas en los cuatro puntos cardinales de Catalunya. Tiene un
copioso currículo académico con brillantes títulos en universidades europeas y
americanas. Es la Enviada de Andreu
Mas-Colell en la Tierra y alumna predilecta del profesor Xavier Sala i Martín, ambos
de exuberante nombradía neoliberal. El cuerpo del Foro de Davos y la sangre de von Hayek. Artadi lo
demostró con creces usando a discreción la motosierra de los recortes sin que
le temblara el brazo. Cataluña será neoliberal o no será, debió pensar nuestra
desparpajada académica.
Los adornos políticos de Artadi
son las hechuras de Carles
Puigdemont, el hombre
de Bruselas. Convengamos, pues, con Billy Wilder
que nadie es perfecto. Se puede tener un cursus honorum universitario de gran
brillantez y estar, simultáneamente, en la guardería infantil de la política. Nada
nuevo bajo el Sol.
Artadi ha sido una de las
principales inspiradoras de las turbulencias del hombre de Bruselas. Mano de
hierro en la economía, cabeza seca en política. Puigdemont –afirman ella y sus
amigos-- debe gobernar, ser el
presidente efectivo, no simbólico. Lo debe hacer desde Bruselas o desde donde
apriete el botón de mando de twitter.
Por supuesto, la institución
debe disfrazarse de noviembre para no infundir sospechas, según la propuesta de
la feligresía neo convergente: en Barcelona habría una terminal burocrática
para aplicar las decisiones que vienen de Bruselas. Es la presidencia-estafeta.
En concreto, Puigdemont ejerciendo como presidente efectivo y Artadi
obedeciendo en Barcelona.
Ahora bien, recapacitemos. Tan
chocante dualidad no puede estar presente en la cabeza de Artadi. Esta dama no
ha pisado los salones de grados de las universidades para acabar siendo la
chica de los recados de Puigdemont. Así es que, de prosperar la tesis
neoconvergente –Bruselas, bastón de mando; Barcelona, buzón de
consignas--, Artadi iría comiéndole el
terreno a Carles Puigdemont. La dualidad entre este caballero y la rampante
superwoman va en detrimento del primero. Porque la historia ha demostrado que,
en no pocas ocasiones, las hechuras han acabado deglutiendo al que levantó el
índice dejándole para el arrastre. Me abstengo de poner ejemplos así en
política como en sus islas adyacentes. Digamos, pues, que la Dama del Paraguas
se comerá crudo al niño meón de Bruselas.
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