La conversación versa sobre 16.1 FORDISMO Y TAYLORISMO EN LOS "CUADERNOS DE LA CÁRCEL"
Querido Paco, ¡vaya empacho el de los jóvenes ordinovistas con Gramsci a la cabeza con lo de la fábrica racional! Y con qué tozudez el Gramsci maduro, el de los Cuadernos de
Un bonapartismo social que está en todos nuestros
viejos conocidos, Lenin y Gramsci, aunque Trostky es a quien se le va más la
mano, pero siempre desde el mismo eje de coordenadas. De ahí que hablara de
“adecuar las costumbres a las necesidades del trabajo” de ese “ejército de
trabajadores”. De manera que, joven amigo, te pregunto: ¿qué diferencia a don
León de Henry Ford que puso en marcha una patulea de inspectores que visitaban
los hogares de los trabajadores de la fábrica para saber (e imponer) un potente
puritanismo en los hogares? “Señora, su marido bebe, fuma, a qué hora llega a
casa …”. [Estos inspectores llegaron incluso a vigilar la vida sexual y la
moral de los trabajadores de la empresa. Sin embargo, la izquierda, que estaba
metida casi hasta las cejas en lo mismo, se carcajeó del famoso Curro Seisdedos
cuando hacía algo parecido en Casasviejas. Y, ahora, presta atención porque se
te van a poner los pelos de punta. Ya sabes que nunca me leí los Estatutos de
nuestro sindicato; pues bien, en los que se redactaron tras la asamblea
constituyente, antes del primer congreso, nuestro Jota Jota coló una addenda en el artículo de las
funciones del secretario general: “como vigilante de la moral de los
afiliados”. Cuando lo ví impreso me hice cruces. ¿Debía yo vigilar a Cipriano,
Paco Frutos y Agustí Prats, por poner tres ejemplos sin intención alguna?]
Tres cuartos de lo mismo lo ponen en marcha Illich y
Trostky (y los que vinieron después, ni te cuento). Nuestro amigo Gramsci dice
lo mismo, pero tiene la cautela de decir “por un tiempo” que parece recordar el viejo anuncio de las
tabernas de Santa Fe, capital de la
Vega de Granada, que decía: “Hoy no se fía, mañana sí”. Pero
el cartelillo nunca se retiraba.
Por otra parte, es evidente que estamos ante la
subalternidad de la política con relación a la técnica, a la “ideología” de la
técnica. ¡Qué paradoja, Paco! ¿No estamos diciendo ahora, en nuestros días, que
la política es un sujeto cooptado por la economía? En todo caso, creo que
estamos en condiciones de entender que la asunción del taylorismo por parte de,
al menos, las autoridades soviéticas no era sólo para sacar al país del atraso
industrial, sino especialmente para que esa forma de salir del atraso fuera a
través del “ordeno y mando”, creando así las condiciones para una gigantesca
“revolución pasiva”.
La construcción del socialismo aparece así teniendo como
base la opresión y alienación del trabajo: Marx descuartizado. La construcción
del socialismo a partir del decreto de la sedicente ciencia taylorista. Que
debió poner los pelos de punta a Rosa Luxemburgo que afirmó enfáticamente: “El
socialismo no se hace; y no puede hacerse mediante decretos, ni siquiera por un
gobierno socialista”. Ahora bien, lo que es extremadamente chocante es que el
socialismo que, por definición, es la liberación en el trabajo (y no del
trabajo) tuviera que construirse, según nuestros viejos conocidos, a través del
palo de la coerción y de la zanahoria de una ilusoria libertad. Ni la
socialdemocracia abrió la boca para decir lo contrario, ni la posterior
reelaboración berlingueriana sobre “socialismo en libertad” se refirió a ello. Socialismo
en libertad, pero ¿cómo se concibe, aunque sea aproximadamente la gran cuestión
del trabajo? Socialismo en libertad con libertades políticas irrestrictas en el
cuadro institucional, ¿pero qué ocurre en el interior de los centros de
trabajo? Dispensa, pero todo lo que hemos leído hasta ahora acerca del
socialismo en libertad, me da la impresión de un “liberal” socialismo en
libertad.
Hay que ajustar las cuentas a todo eso, querido
Paco. Porque todavía, como hemos comentado en tantas ocasiones, la acción real
del sindicalismo está impregnada de taylorismo.
Habla Paco Rodríguez de Lecea
Amén, querido
José Luis. Y fíjate en cómo la fascinación inicial de nuestros padres
fundadores por la ‘racionalidad’ del taylorismo va generando una cadena de
secuelas que ya no se limitan al mundo de la fábrica.
El punto de
partida es la presunción de que con la organización taylorista del trabajo se
ha alcanzado la madurez del desarrollo de las fuerzas productivas. Es un modelo
objetivo, neutro desde el punto de vista político y eficiente. Vladimiro no se
plantea más problemas (que yo sepa); Antonio, sí. Advierte que el ‘avance
ineluctable’ en la construcción de la sociedad socialista se está produciendo
sobre las espaldas de los trabajadores, que hay sufrimiento, que se trata de un
parto con dolor. Habla incluso de un plazo a partir del cual el trabajo se
liberará de esa ‘coerción’ externa que explota y estruja a la fuerza de trabajo
taylorista bajo el régimen impuesto por el capital. El plazo en cuestión se
parece demasiado, como tú señalas, a las calendas griegas, pero pasaremos por
alto la objeción.
Tenemos,
pues, encaminada la transición al socialismo a través de la fábrica taylorista.
Y entonces, en la mentalidad de la izquierda, se ‘tayloriza’ también el amplio
abanico de fuerzas comprometidas en ese tránsito: partidos, sindicatos,
movimientos. León es quien va más lejos por ese camino, pero hay que concederle
que fue encargado de la creación del ejército rojo, y el pensamiento militar ha
sido siempre un ejemplo clásico de oxímoron. Pero si miramos más cerca nuestro
encontramos por todas partes esa dicotomía entre el nivel de dirección (los que
piensan) y la clase de tropa (los que ejecutan sin pensar), y una preocupación
no diré totalitaria pero sí de déspotas ilustrados, acerca de cuestiones
mínimas muy relacionadas con un estilo cuartelero de la política: como esa
adenda que mencionas a las tareas del secretario general del sindicato.
Recuerdo que
en un acto abierto de partido en el que conferenciaba el llorado Manolo Vázquez
Montalbán, le interpelé sobre la vieja máxima que estimula al militante a no
pensar por su cuenta: «Más vale equivocarse con el partido que tener razón
contra él.» Y Manolo contestó que esas palabras deberían ser grabadas en bronces
sobre un gran bloque de granito, y luego arrojar el bloque al fondo del océano,
donde nadie nunca más pueda utilizarlas. Fue una forma lúcida de reivindicar
una humanización de la militancia paralela a la del trabajo: porque era
necesario superar la parcelación, la demediación del militante de base que se
preconizaba desde los púlpitos de la ‘iglesia’ comunista. (Por cierto, ahora
que hablamos de iglesias: tienes toda la razón, José Luis, nunca conseguí en
mis tiempos de catequesis dar pie con bola en el misterio de la santísima
trinidad. A pesar de los pescozones del mosén. Incluso ahora, si los veo a
cierta distancia y llevo puestas las gafas graduadas el año pasado, a veces
sigo confundiendo al hijo con el espíritu santo.)
Tuve una
sorpresa mayor cuando, varios años después, le recriminé al secretario general
de cierto partido político de la izquierda plural de nuestra patria chica que
algunos dirigentes del mismo se estaban comportando como ejecutivos de empresa,
y él me contestó: «Es que yo también estoy convencido de que el partido debe
dirigirse como una empresa.»
La invasión
sutil del taylorismo, habría dictaminado Pere Calders. Dices que hemos de
ajustar cuentas con todo eso, José Luis. Amén, contesto.
Radio Parapanda. SEGÚN
ANTONIO BAYLOS: SADISMO Y SISTEMA INDUSTRIAL
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