Toca ahora la conversación sobre el CAPÍTULO 10 (2) "La hegemonía cultural del “scientific management” del libro La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo, de Bruno Trentin.
JLLB
Querido Paco, la lectura de
esta segunda parte del capítulo décimo consolida lo que hemos venido comentando
desde el principio de nuestra conversación: la subalternidad de las izquierdas,
sociales y políticas, en lo atinente al meollo de la cultura del trabajo –del
modo de producir, sobre todo— a los planteamientos que le vienen desde fuera. Y más concretamente de quienes eran
adversarios declarados de las izquierdas.
Parece lógico que, en unos
primeros momentos, los dirigentes soviéticos (Lenin y Trostky en primer lugar)
no tuvieran más remedio que echar mano del sistema taylorista porque, primero,
no tenían otras referencias y, segundo, necesitaban poner a marchas forzadas un proceso de rápida
industrialización. El problema es que nunca se propusieron un sistema, propio,
alternativo: una forma de trabajar socialista. Ello condujo a un contagio
inmediato a todo el movimiento comunista como lo prueba la referencia al
informe de Palmiro Togliatti que cita nuestro autor en la nota a pié de página
número 77.
Por cierto, me parece
escalofriante lo que señala Togliatti: una de las consecuencias positivas de la
“racionalización” es su contribución a “instaurar la unidad de la gran mayoría
de la clase obrera y limitar la base de masas del reformismo”. Es decir, sobre
la base del sufrimiento y de la alienación ¡se construye la unidad de la clase
obrera y, así, se va laminando la influencia de masas del reformismo. Los
acontecimientos posteriores desmintieron tamaño disparate. ¿Te imaginas, viejo
amigo, que nosotros en nuestros tiempos hubiéramos dicho algo semejante?
Durante un tiempo me tronchaba
de risa con la afirmación de Diego Rivera. No caí en la cuenta que,
efectivamente, Henry Ford había sido aceptado en la Unión Soviética como uno de los
creadores del sistema que aplicaron los bolcheviques a rajatabla.
Por último, Trentin nos dice
que en realidad no se trata tanto de contagio o de subalternidad: está en unos
orígenes no demasiado lejanos en las culturas del movimiento socialista tanto
de Lassalle como de Marx. No me extrañaría, desde luego. Pero me gustaría saber
en qué lugar o lugares nuestro amigo el Barbudo de Tréveris ofrece esas pistas.
Me imagino que no en los Grundisse, ¿acaso en la Crítica al Programa de
Gotha? ¿Tienes alguna idea al respecto? Mis saludos, JL
Habla Paco Rodríguez de Lecea
Querido José Luis, no tengo noticia de
ningún texto concreto de Marx que afirme de manera explícita lo que señala
Trentin..., pero si lo hay, habrá de ser colocado en su contexto. Marx
suspiraba seguramente por una organización objetiva y científica del trabajo,
pero murió mucho antes de que don Henry pusiera en marcha su invento, de modo
que seguramente cualquier discusión en relación con el tema es ociosa.
Cavilo que por fuerza el fordismo tuvo
que parecer un avance inmenso a socialistas y comunistas. Antes se trabajaba en
el hacinamiento, en la precariedad, en la insalubridad, en la extenuación, en
el abuso continuo y el capricho del patrón, en el látigo como estímulo al incremento
de productividad. Un proceso de racionalización, de coordinación, de estimación
objetiva de las tareas y de la forma más adecuada de realizarlas, tenía que ser
bienvenido también desde una óptica progresista. Los anarquistas se opusieron a
los ‘tiempos modernos’ pero no porque ellos fueran más clarividentes, sino
porque su filosofía era, es, la de un individualismo extremo. El error teórico
fundamental, muy posterior, consistió en confundir fordismo y taylorismo con
socialismo.
Pero eso lo sabemos ahora. Tampoco era
igual el fordismo de los años treinta del siglo pasado que el de los setenta.
Después del paso de Keynes y en la estela de la onda larga de prosperidad, la
clase obrera accedió al pisito en propiedad, al seiscientos, al veraneo en la
playa y a la libreta de ahorros... Y también al sindicalismo democrático. No
nos imaginábamos en aquellos tiempos una regresión tan brutal como la que
estamos padeciendo. Creíamos tener fuerza suficiente para frenar la codicia
brutal de los capitalistas y frenar en seco el proceso de ‘desregulación’ y de
‘democracia rebajada’ que nos anunciaron a bombo y platillo Reagan, Thatcher y la Comisión Trilateral
como la fórmula idónea para mantener el aumento constante de las tasas de
beneficios. No hemos ganado esa batalla. A la fragmentación de las tareas que
componen el proceso de producción le ha sucedido el big bang generalizado de
todo el tejido productivo. Empezando por la deslocalización de los centros de
trabajo y la globalización del proceso en su conjunto, y acabando con la
fragmentación irreversible y el enfrentamiento entre sí de las distintas capas
de lo que antes era el bloque más o menos homogéneo de lo que llamábamos clase
obrera.
Esa es más o menos la situación, y sólo
hay una manera de abordarla. Como dice Trentin, y como habría dicho el gran
sabio que fue Paco Puerto: a la ofensiva.
2 comentarios:
Nos ustedes grandes, con estos debates mayúsculos, en los tiempos que corren caracterizados por disyuntiva: o minimalismos dialécticos u hostias.
Los primeros planes quinquenales de Stalin no hubieran tenido éxito sin la colaboración de la Ford Motor Company, que fue la auténtica creadora de la industria automovilística soviética. Cuando Stalin creyó haber aprendido todo lo que era necesario saber de la Ford, rompió sus relaciones con esta empresa. Sin embargo no fue capaz de aprender lo más importante: que la Ford estaba dispuesta a adaptarse al mundo siempre que fuera necesario. Stalin creía firmemente que estaba en condiciones de adaptar el mundo a sus convicciones.
No seré yo quien le lleve la contraria, don Gregorio.
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