viernes, 20 de agosto de 2021

Libertad, palabra enferma.


 

Mi interlocutor es un sindicalista con mando en plaza. Cincuentón y con una larga experiencia contractual. Se diría que forma parte del macizo de la organización. La conversación se desarrolla en un profundo desencuentro entre sus posiciones y las mías. Que yo recuerde es la primera vez que no coincidimos. Le llamaré J***.

J*** defiende apasionadamente que no se puede obligar a ningún trabajador en ningún centro de trabajo y en ninguna condición al uso de las mascarillas contra el covid. Lo argumenta en base al atentado a la libertad personal que supone la imposición de este utensilio. Mi amigo además trae a colación la permisividad –y en algunos casos, ambigüedad-- que sobre ese particular hay en Italia por parte de los sindicatos.

«Dispensa la vulgaridad de mi argumentación», le diigo a J***. «Cuando después de mucho pelear  impusimos –en algunos sitios negociando y en otros por las bravas--  el uso del casco ¿estábamos coartando la libertad del que no quisiera ponérselo?».

Ahora bien, lo que me ha sorprendido más ha sido el contagio que J*** ha sufrido de ese vocinglerío de políticos de secano, radiofonistas de mercadillo y tertulianos de Adoración Nocturna. Por no hablar de la literatura macarrónica de algunos magistrados que confunden a Norberto Bobbio con Emilio el Moro.

No pude convencer a J*: uno ya no es lo que parece que era. 

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