No
son pocos los problemas que tengo de un tiempo a esta parte, que me impiden dar
plena satisfacción a lo que quiero escribir. No es exactamente la duda lo que impera, sino
una especie de indeterminación por no tener la sesera suficientemente acomodada.
Pondré algunos ejemplos que me traen por la calle de la Amargura.
No
entiendo esa reacción de masas saltándose todas las normas de prevención
sanitaria en una pura u dura exhibición de banalidad, disfrazada espuriamente
con el ejercicio de la libertad. Menos entiendo todavía la política sanitaria que
están llevando a cabo las autoridades de las taifas domésticas.
Y
por no entender, todavía menos, sigo perplejo por las diversas y contradictorias
resoluciones de los Tribunales Superiores de los mencionados taifatos. La
autoconsiderada ciencia jurídica dictamina una medida en la Hispania Citerior y
su contraria en la Ulterior. Es como si la Escuela de Matemáticas de Santa Fe dijera que la hipotenusa al cuadrado es igual
a la suma de los cuadrados de los catetos, mientras que los del batallón de Los
Pedroches dijera que la hipotenusa es igual a la suma de los catetos.
Ocurre
lo que ocurre porque en casos de pandemias y epidemias se prefiere que cada
campanario ejerza su disparate en vez de que acierte el centro. De manera que
el grito de guerra es el del virilmente aguerrido de «¡Viva Cartagena!»
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