El
grupo dirigente del Partido
Popular se ha convertido en un búnker. Hay desacuerdos en importantes
áreas del partido, especialmente en la institucional. Pablo Casado es tenido como una persona
atolondrada, fruto seguramente de la todavía bisoñez de su práctica política.
Se aguanta porque nadie está dispuesto ahora mismo a abrir una crisis que,
primero, beneficiaría a Pedro Sánchez y, en
segundo lugar, a los de Vox.
Tal es el extremismo de este inmaduro dirigente que, a pesar del descalabro de Ciudadanos, tampoco
recogería los votos que perdería Arrimadas. Así, pues,
los continuados disparates del bunker genovés están provocando mucha inquietud
en relevantes personalidades del partido.
Fracasó
la movilización contra los indultos, lo que ha llevado a una cierta perplejidad
en determinados analistas y estupor en el tertulianaje subvencionado.
Fracasaron antes todas las hipótesis de que la economía no despegaría. Y
fracasó la idea de que la coalición gubernamental se rompería. Es la
consecuencia de hacer política—acné.
La
gota que, al parecer, ha colmado el vaso de la componente moderada del partido
popular ha sido las inconveniencias del bunker sobre la gestión del gobierno de
las evacuaciones de Afganistán. En realidad ha aparecido Casado entonando la cançó de l´enfadós frente a las máximas
autoridades europeas que han puesto a
España en los cuernos de la Luna.
Ahora
veremos qué posición toma el búnker en torno a la reforma de las pensiones y la
subida del salario mínimo.
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