Es
la primera piedra de un complejo arquitectónico; de esta ´inauguración´ sabemos el inicio, aunque desconocemos el
resto del itinerario. En todo caso, podemos decir, con toda la sobriedad que se
quiera, que se ha avanzado. Que en estos momentos, tras la reunión de ayer
entre el Gobierno español y la Generalitat, se han iniciado las obras. En
efecto, se ha avanzado en diversos aspectos, el más llamativo es el acuerdo de
ampliación del aeropuerto de El Prat. El espinazo de Cataluña –el sindicalismo
confederal y la patronal Foment-- lo han
celebrado. El líder de CC.OO. de Catalunya,
Javier Pacheco, ha reclamado «participar en la definición del plan director
para garantizar la sostenibilidad ambiental y laboral». Son muchos los amigos,
conocidos y saludados del sindicalismo que pueden, en su nombre, participar en
dicha definición. Sería deseable que la postura inteligente de Pacheco pudiera contagiar a quienes, desde algunos
sectores institucionales, no ven el asunto con simpatía. Ahí lo dejo,
educadamente.
Moderada
satisfacción, pues, porque políticamente da la impresión de que se ha abierto,
todavía sin las puertas de par en par, el diálogo y, más todavía, la
negociación. Estupor, sin embargo, en las parroquias de Waterloo y Casado. Y, encima, ahí está, ahí está Pedro Sánchez viendo pasar el tiempo con las primeras
brisas de la recuperación de la economía. Waterloo sospecha que el acuerdo no
sólo se inscribe en las posibilidades que ofrece la autonomía sino que, además,
la consolida. Casado, cual don Quintín el Amargao,
es incapaz de salir del glosario cacofónico en el que se ha instalado. Con dos
añadidos a tener en cuenta: de este primer acuerdo sale fortalecido el
conseller Jordi Puigneró, independentista
hasta la muela del juicio, sector Waterloo, pero que poniendo esta primera
piedra se aleja de Puigdemont; y, como decíamos ayer, el «lenguaje del abanico»
entre el dúo dinámico del PP, Feijóo y Ayuso, intuye que las cabañuelas no parecen
favorecer a su (teórico) jefe de partido. Waterloo mira con el rabillo del ojo
a Puigneró y Casado, siguiendo el estrabismo de Marujita
Díaz, vigila al gallego y a la madrileña.
Mientras
tanto, Pere Aragonès García,
mantiene su patología bipolar: con la mano diestra firma (y hace bien), pero
con la siniestra, para no infundir sospechas en propios y extraños, declara que
«Cataluña no es propiedad de España». Ni siquiera el silogismo del cornudo
puede superar tan suprema gilipollescencia. En todo caso, dígase la verdad:
tampoco Santa Fe, capital cultural y espiritual
del Reino de Granada, es propiedad de España y no se ostenta. No es la tradicional humildad granadina, sino
la cultura pragmática santaferina.
Blogosfera.---
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