Norbert Bilbeny es un reputado filósofo, cuya
lectura –a veces inquietante-- me
provoca darle muchas vueltas al magín. Sigo sus escritos en La Vanguardia, tan
cortos como incisivos, tan austeros como enjundiosos. Hoy publica un billete
titulado ´Las antivacunas y la ética´.
El tema es, dicho por lo corto, si la vacuna debe ser obligatoria o no.
Aprovecha el filósofo la ocasión para dar en la diana de algo a todas luces
incomprensible: el silencio de los comités de bioética sobre el particular.
Comparto esa inquietud. Ahora bien, una vez leído el artículo con todo
detenimiento, no soy capaz de saber qué opina Bilbeny sobre la obligatoriedad o
no de las vacunaciones. Ni siquiera un guiño capaz de indiciar qué sospecha. De
ahí que, con los escasos conocimientos de mi muy limitada sesera, me disponga a
dar mi punto de vista: si estuviéramos hablando se me notaría el tartajeo al
abordar asuntos tan graves.
El
aparatoso «legalismo moral» de nuestros días, parece ser, induce a que nadie
quiera comprometerse a opinar sobre estos temas tan novísimos e inquietantes.
Así pues, ello conduce a un vacío que los maîtres
à penser dejan de lado intencionadamente. Este legalismo moral viene
acompañado porque –algunos afirman desparpajadamente-- que todo aquello que «obliga» es un atentado
a los derechos individuales. Hasta tal punto que el casticismo ´tengo derecho
a´ ha adquirido validez y dogmática
jurídico—política. Por lo que tanta inflación de derechos queda, de un lado,
banalizada, y, de otro lado, el derecho
a no ser vacunado tiene la misma trascendencia que el derecho a la salud. Menos
mal que escribiendo no se me nota la tartamudez.
Y
sigo: soy partidario de la vacunación obligatoria, doy por sentado que ello
debe ser estudiado meticulosamente y, a ser posible, sin remilgos. El derecho a
la salud es prevalente sobre una lectura, incluso seria, del derecho individual a no vacunarse.
Contra esto no valen melindres aparentemente democráticos, ni fuegos
artificiales. Porque –vayan al grano y no se desvíen por la tangente-- ¿qué hacer para defenderse del peligro real
que representan centenares de miles de personas que no quieren vacunarse por
las razones que sean –ideológicas o religiosas?
Esto
es lo que me dice mi tosco sentido común. A veces contar con los dedos o hacer
las cuentas de la vieja tiene más validez que el silencio de los escribidores.
Referencia
Los antivacunas y la ética, por Norbert Bilbeny - La
Vanguardia
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