No
es la primera vez que alguien me califica como «equidistante» en el contencioso
catalán. Ayer mismo, con motivo de mi entrada en este mismo blog, Pelea de campanario por los lazos amarillos,
un caballero me lo decía de manera oblicua: no se fía de quienes, como un
servidor, están por encima de la contienda (1). Le agradezco el tono sosegado
tan poco usual en ese tipo de comentarios. Ahora bien, deseo puntualizar
algunas cuestiones.
Yo
no soy equidistante en esa contienda.
Soy beligerante. Razono contra los hunos y los hotros con igual intensidad. De
manera que no estoy por encima de ambos sino en otro lugar: en el de la abierta
discrepancia contra lo que considero religiones nacionalistas sectariamente
excluyentes. Son las religiones del hombre de Waterloo y de su Enviado en la
Tierra, de un lado, y de Casado
y Rivera, de
otra parte: los profetas del pasado. La existencia de los primeros se basa en
la de los segundos, y viceversa.
Soy
beligerante porque estimo que, en ninguna de las dos religiones, está la salida
del conflicto. Beligerante con la única arma que quiero y tengo: mi modesta palabra. Soy beligerante porque entiendo que, como hipótesis, fuera de
ellas podría estar la salida. Las certezas, acompañadas de palos y garrotes,
como en Verges, sólo conducen a somatenes: unos con barretina, otros con
sombrero calañés. En definitiva, a encastillar el conflicto para que dure por
los siglos de los siglos. A eso conducen las certezas. Certezas que, a lo
largo, de la historia han sido las madres de todas las guerras que en el mundo
han sido. Hago observar que, en nombre de la duda, nunca se ha librado ninguna
batalla.
Largo
será el trayecto para salir del gran embrollo. Ahora bien, si algo tengo claro
es que su salida nunca vendrá del aplastamiento de los hunos contra los hotros.
Porque entonces no habrá nadie para apagar la luz. La salida vendrá del
trayecto de quienes están fuera de ambas cofradías.
1)
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