Verges,
provincia de Girona. Domingo 12 de abril, o sea, fiesta de guardar. La pequeña
villa está repleta de lacicos amarillos que ha colgado la feligresía del
independentismo mágico, recordando que fuera de la Iglesia no hay salvación. Lo
que no es del agrado de un nutrido grupo de forasteros iconoclastas –igualmente
garrulos-- que se dedican a desmontar la simbología. Choque de credos, cada
bando con su propia fe de carbonero. Grotesca batalla campal. Situación
esperpéntica que, entre los hunos y los hotros, estén asalariados defendiendo
su particular política de campanario. Cada bando al servicio de los capataces
de los señoricos que les explotan. El color amarillo en vez del rojo de los
hunos contra el color gualda de los hotros, que tampoco llevan el rojo en la
solapa. Victoria de los señoricos.
La
coincidencia, sin embargo, entres ambas banderías es evidente: ¿por qué hablar si podemos liarnos a hostia limpia
entre nosotros? ¿para qué sentarnos a
razonar cómo defender nuestras reivindicaciones por un convenio mejor si
lo que está en peligro es la salvación del alma inmortal de la patria?
Santi Vila, ex consejero de la Generalitat, hoy convertido en mosquita muerta, ya
lo dejó claro en su momento: «Los recortes sirvieron para tapar el procés». A lo que, en lógica
consecuencia --añadimos nosotros-- el procés ha servido para que una parte
de los de abajo se enrolen en banderas (trapos, a fin de cuentas) que acaban siendo banderillas que se clavan
en el lomo ya sea de los hunos, ya sea de los hotros. O de todos en general.
Verges
o un conjunto de mentecatos que se dan de palos entre sí en vez de ir a tomarse
unas cañas.
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