Nota bene.-- Metiendo bulla comparte totalmente el
artículo que publicamos a continuación.
A ORILLAS DEL RUBICÓN
Escribe Lluis Rabell
Hay situaciones en que una dirección se juega literalmente el
ser o no ser, momentos en la vida política en que los distintos factores se
condensan en un punto. Y la opción que adopte un partido puede hacer que todo
bascule en un sentido u otro por un largo período de tiempo. Esa es la tesitura
en que se encuentra hoy Barcelona, a la espera de saber quién se hará finalmente
con la alcaldía de la ciudad. Y tal es la responsabilidad que incumbe a
los “comunes” y, singularmente, a Ada Colau. Los
liderazgos se demuestran en los momentos críticos.
Lo diremos sin ambages: ceder el gobierno municipal a Ernest
Maragall sería hoy una irresponsabilidad mayúscula, de muy graves
consecuencias. Tanto si esa cesión se produce por activa – a través de una
alianza con ERC – o por pasiva – renunciando a configurar una mayoría
alternativa. La idea de un “tripartito de izquierdas”, blandido
como objetivo tras un primer momento de desaliento en que Ada Colau parecía
tirar la toalla, no es más que arena a los ojos, una manera de diferir el
verdadero dilema planteado. La cuestión no reside en los vetos cruzados entre
ERC y el PSC. Ni tampoco en una discusión genérica sobre los rasgos ideológicos
de los distintos actores políticos, sino sobre el papel que cada cual desempeña
y las fuerzas sociales que encarna.
Hoy por hoy, ERC está inmersa en una áspera lucha por establecer
su hegemonía sobre el independentismo. Junqueras aspira a
constituir un gran partido nacional, arrinconando definitivamente a los
herederos de Convergència como una fuerza subalterna. Y eso
sólo es posible cabalgando el tigre de un“procés” que sigue vivo, a
la espera de una coyuntura propicia para un nuevo desafío, como lo demuestran
los resultados obtenidos por Puigdemont en las elecciones
europeas del pasado domingo. Lejos de asumir un perfil pragmático y negociador,
ERC intenta ser a a vez el partido del general Cabrera y el del
señor Esteve. (Por ahora con relativo éxito). Es en ese contexto
donde hay que situar la batalla por la alcaldía de Barcelona. Para ERC se
trata, ante todo, de conquistar una plaza fuerte decisiva de cara a una próxima
intentona, si se produce un momento de tensión emocional tras la sentencia del
Supremo o se abre una nueva pugna por el gobierno de la Generalitat.
Que nadie vea en esta aseveración proceso de intención alguno.
El propio Maragall ha explicitado su voluntad de hacer de
Barcelona una plataforma de agitación independentista. Y es que el partido
por antonomasia de las clases medias se ve inexorablemente
empujado, por razones objetivas, a jugar ese papel, subordinando todas las
problemáticas de la ciudad – sociales, medioambientales, económicas, de
transformación urbanística… – al guión del “procés”. Lo que ha
ocurrido en la Cámara de Comercio constituye toda una metáfora del momento que
vive el país y, por ende, la ciudad: un pequeño grupo organizado por la ANC ha
bastado para hacerse con el control de la entidad, subiéndose a las barbas de
los representantes tradicionales de las grandes familias burguesas “de
toda la vida”. Con los cambios inducidos por la globalización,
hace tiempo que las élites tradicionales han ubicado sus negocios en nuevos
ámbitos. La sociedad civil ha languidecido… al tiempo que esas clases medias,
sacudidas por la crisis, el temor al empobrecimiento y la ansiedad que genera
el desorden global, entraban en ebullición.
ERC representa a una pequeña burguesía que, ante el desconcierto
de esas élites y la relativa debilidad de la izquierda, se cree convocada por
la Historia para asumir un liderazgo nacional. Pero lo hace con los rasgos
psicológicos característicos de esa clase: la inestabilidad, el espíritu
aventurero, la exaltación doblada de inconsecuencia… En este contexto, poner
Barcelona en manos de semejante partido sería una locura que una izquierda
responsable no puede permitirse. Sobre todo cuando es todavía posible
configurar un gobierno progresista, mucho más acorde con la voluntad
democrática expresada por la ciudadanía y, por supuesto, con el interés general
de Barcelona. Esa alternativa es la de un acuerdo de Barcelona en
Comú con el PSC – juntos representan más votos y más concejales que
las fuerzas independentistas. Un acuerdo que requeriría, eso sí, recabar cuando
menos algunos votos favorables del grupo municipal de Manuel Valls
– que acaba de declararse dispuesto a facilitar un gobierno Colau-Collboni sin
pedir contrapartida alguna. Aceptar ese apoyo no sólo es legítimo,
sino que constituye una exigencia democrática.
Sin embargo, desde las filas de los comunes ya se han elevado
voces contra esa posibilidad: “Pactar con la derecha, jamás”.
Semejante reacción demuestra poca madurez política. En primer lugar, porque
estamos hablando de un acuerdo de investidura, no de un acuerdo de gobierno.
Pero, ante todo, porque la fidelidad a los intereses de las clases trabajadoras
y populares de la ciudad a los que se deben las izquierdas demandan cerrar el
paso a un gobierno de ERC. Y así lo intuyen esos mismos segmentos sociales.
Basta con leer los resultados electorales. Los barrios populares que
propulsaron a Ada Colau a la alcaldía en 2015 han desplazado
ostensiblemente su voto hacia el PSC. La razón es evidente: los socialistas han
tenido un discurso claro de rechazo al “procés”, frente a las
ambigüedades de los “comunes”, con sus lazos amarillos en la
fachada del Ayuntamiento y su connivencia con el 1-O.
Toda opción política tiene costes y hay que saber asumirlos. En
realidad, las reticencias a trenzar una alternativa posible al desembarco de
ERC tienen mucho que ver con el sometimiento al marco mental del
independentismo: una alianza entre la derecha nacionalista, ERC y una supuesta
extrema izquierda para dar la presidencia de la Generalitat a
un carlista sería legítima. Sin embargo, dos fuerzas de izquierdas no tendrían
derecho a recabar el apoyo puntual de un partido que, tras la investidura, se
situaría en la oposición. Niñerías.
La decisión es trascendental para la ciudad. Pero también para
el propio espacio de los “comunes” como proyecto político
nacional. No es exagerado pensar que ese espacio no soportaría un “abrazo
del oso” de ERC, ni una entrega de la capital sin combate real. (En
ese sentido, decir que se pretende un tripartito, pero que “a falta de
acuerdo” se acaba aceptando de un modo u otro a Maragall, sería
un engaño… por no decir otra cosa peor). Como dice un buen amigo, al final, la
decisión se tomará tras un intenso debate entre Ada… y Colau.
Es cierto que miembros destacados de su entorno – e incluso de su candidatura –
pueden inclinarse, bajo formas diversas, hacia un acuerdo con ERC. Pero la
alcaldesa deberá escoger entre escuchar a los amigos… o a la base social de su
partido. A su manera, Nou Barris lo ha dicho de manera
contundente: “Con Esquerra, no”. Las circunstancias han
hecho que, a través de una combinación inesperada de factores, la alcaldía de
Barcelona – y todo lo que conlleva para el país – esté en manos de Ada
Colau. Una difícil decisión. De las que certifican un auténtico liderazgo.
O pueden determinar su irremediable hundimiento.
Lluís Rabell en https://lluisrabell.com/2019/05/29/a-orillas-del-rubicon/?fbclid=IwAR0cZc8vqxmc6jirnPtjBM8h2TglXsAASOUqF6Nbs7CoLRmvksNrKekZkUA
(29/05/2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario