martes, 23 de abril de 2019

Los monstruos de la razón política: quemaos los hunos a los hotros




A veces la pasión política, como en ocasiones la razón, produce monstruos. Una pasión y una sinrazón que nace en las alturas y acaba permeando a los que están al pie de la Torre del Homenaje. Es el resultado de una consigna que substituye el «amaos los unos a los otros» por el «quemaos los hunos a los hotros». Las grandes masas deben pelearse entre sí para que los de arriba puedan chicolear entre ellos.

En un pueblo andaluz se quema al hombre de Waterloo en forma de trapo y, después, se le fusila. Antes, en otro pueblo de Cataluña, se quemaron retratos de otras personalidades de la vida política. La yesca substituye a la palabra. Todo en nombre de las certezas que, en unos casos, se disfrazan de tradición y, en otras ocasiones, en nombre de la única verdad verdadera. Tal es la ira que el mandato de aquel entrenador «al enemigo, ni agua» es en comparación una jaculatoria franciscana.

Se quema, así pues, en un país donde en tiempos antiguos se achicharró a heterodoxos, precursores de las luces con el aplauso de amplios sectores del pueblo que, así las cosas, era en esos momentos lisa y llanamente populacho. Por lo que se ve es más cómodo coger un mechero de yesca que leer un libro, aunque su lectura no sea condición suficiente para no pegarle fuego a quien sea.

Naturalmente cada élite justifica el fuego de sus parroquianos. Algo así como para qué vamos a razonar si podemos pegarles fuego a los hotros. Que, a su vez, hace el consenso de los hunos frente a sus adversarios. La unidad de los pueblos queda convertida en la batalla de los populachos. Es la grotesquez de la pasión política cuando ésta pierde la chaveta.  



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