Pablo Casado es
un saco de nervios. Irascible y grotescamente faltón, aunque esencialmente
mentiroso. Congénitamente embustero. Y todavía no ha empezado oficialmente la
campaña. ¿Habrá tila en el mundo para tranquilizar a este joven atribulado, que
está al borde de la histeria? Desde luego, a este joven atolondrado no le
faltan motivos para su desazón.
Se
encuentra azotado por los embates que le vienen de barlovento y de sotavento.
Es una áspera competencia que no sabe gestionar. Por otra parte, no cesan las
hablillas en el interior de su partido, viendo que el gobernalle de la nave no
responde. No es solamente la agrupación de agraviados que ha dejado atrás tras
el relevo de Mariano.
Es un malestar difuso que considera que la exhibición de bravuconadas, más
propia de un spaghetti western, no
conduce a ganar las elecciones. Lo
dicho: Casado anda desnortado. Es de
imaginar la intranquilidad de este pollo pera cada vez que repasa las
encuestas. Para gestionar esa situación hay que tener los colmillos retorcíos, y este Casado tiene todavía
los dientes de leche.
Ahora,
obsesionado por las glorias de la España cañí, y no queriendo ser menos que los
aires de barlovento y sotavento, ha cometido un error: plantear la devolución de
competencias de las autonomías al Estado central. Lo que, sin duda, ha
provocado el enojo de los barones de su cuerda.
Casado está planteando que los poderes de sus barones queden reducidos a
ser la terminal burocrática de La Moncloa. El joven atolondrado no ha caído en
la cuenta del infantil dicho: «santa Rita, Rita, lo que se da no se quita».
Vale,
algunos dirán que ´allá ellos´, allá Casado con sus incontinencias
peristálticas. Claro, allá ellos. Sin embargo, esa técnica está dejando un poso
de irascibilidad general. Pase lo que pase en las próximas elecciones esa
tónica seguirá, aflorada o en barbecho: es la pugna secular entre la España de
secano y la España de regadío. ¡Que nos
proteja Santa María de los Buenos Libros!
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