Toda política tiene sus propias
consecuencias. Y en no pocas ocasiones van en dirección opuesta a los deseos de
quienes las ponen en marcha. Más todavía, los políticos acostumbran a ocultar a
la ciudadanía los efectos de lo que diseñan. Este es el caso del conflicto,
ahora ya monumental, entre los hunos y los hotros sobre la cuestión catalana,
que –desde hace algún tiempo-- se ha
convertido en un problema de toda España.
Pugdemont
y sus masoveros se disponen a proclamar la declaración unilateral de independencia,
llamada tecnocráticamente (diu); Rajoy y sus mesnaderos tienen ya preparado el papel de
aplicación del artículo 155 de la Constitución. Todo indica que podría ser en
cuestión de días. Tan caballuno conflicto parece tener un objetivo: la derrota
del contrario. O sea, vita mea mors tua,
que decían los antiguos romanos. En todo caso, olvidan los hunos y los otros
que ninguna derrota es definitiva, y que incluso el vencedor en su aparente
victoria acaba pegándose un tiro en el pie. Vamos, que nadie sale indemne de un
conflicto de esta envergadura y naturaleza.
La declaración de independencia
tendrá unas consecuencias que sus patrocinadores silencian a la ciudadanía; la
aplicación del 155, como reacción, tendrá unos efectos que sus fautores también
ocultan al personal. Digamos las cosas con austera severidad: Puigdemont no
podrá controlar las consecuencias de su diu; y está por ver qué control tendrá
Rajoy sobre la situación. Anomia pura. Y, a la larga, en Cataluña la gente
acabará derrotada y dividida. Es una combinación explosiva –derrotada y
dividida-- para la que, al menos
Cataluña, no está preparada.
Lo peor del caso es que aquí, en
Cataluña, al menos por ahora, no parece haber un sujeto colectivo que sea capaz
de reunificar los retales de ese cajón de sastre. Así pues, todo indica que el
lema de los hunos será «que salga el Sol por Antequera» y el de los hotros «que
salga el Sol por Llavaneras». Que más allá del topónimo es lo mismo.
Ni un guiño por parte del sexto
Felipe. Como diría mi amigo malagueño Salvador Marín
arroz pelao sin una gamba.
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