Hay sectores del independentismo
que tienen como objetivo el enfrentamiento de Cataluña con España. Digamos que
es el independentismo de apostolado. Que, por lo general, está espoleado por
los grupos dirigentes del independentismo político. Es el intento organizado de
confundir a la opinión pública equiparando a España con su gobierno. O con los
sectores ultras de la derechona o con los cenáculos de la izquierda que se
disfraza de noviembre para no infundir sospechas. No es de ahora, cierto. Tampoco
es de ahora que esto tiene su reciprocidad: los históricos y recientes despropósitos
del independentismo son atribuidos a todos los catalanes por igual. El objetivo es, pues, que las brasas del
rescoldo no se apaguen. Da votos a ambos lados del Ebro.
Y, sin embargo, la corriente de
simpatía por Cataluña –en unos momentos más que en otros— nunca ha
desaparecido. Tampoco ahora. No son pocas las ciudades que, fuera de Cataluña,
han acompañado solidariamente el llamado derecho a decidir o ahora con
manifestaciones de frontal oposición a la injustificada intervención de los
cuerpos policiales durante el día 1 de Octubre. Decir que España está contra Cataluña
no solo es una exageración a sabiendas y queriendas sino un arma interesada de
confrontación política.
El problema es el Partido Popular y sus
mesnadas de secano. El problema es la retroalimentación que, entienden, favorece
a los hunos y a los hotros. O sea, las ganancias electorales que les depara ese
enfrentamiento a través de los lenguajes. El problema es, también, los grupos
dirigentes del independentismo de secano que, así mismo, quiere sacar –y saca
dividendos-- de tanto disparate.
Permítaseme una evocación de
tiempos antiguos. Los jóvenes comunistas de antaño teníamos un libro de culto: El único camino, de Dolores Ibárruri (Pasionaria). Ella era de familia
minera. Nos contaba que los capataces en las minas azuzaban a los mineros
navarros: los aragoneses sacan más carbón que vosotros. Y viceversa. Y aquellas
almas de cántaro –jota va, jota viene--
se dejaban el lomo para demostrar quién estaba cargado de mayor
virilidad y con atributos más potentes. Hasta que el sindicato minero empezó a
poner un poco de orden, no sin fatigas y problemas. Con inteligencia y cojones.
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