Primer tranco
Esquerra Republicana de Catalunya es
un conjunto de retales de los que es muy difícil sacar un traje. Por otra
parte, nunca ha tenido un sastre capaz de hacer encajar tan abigarrado conjunto
de piezas. No es cosa de ahora, se diría que está en su genoma. En esas
condiciones es francamente difícil que sea un partido serio. Partido lo es, en
todo caso. Cosa que le diferencia de los permanentemente post convergentes, que
son una partida. La diferencia entre partido y partida es harto conocida. ERC,
partido; partido que, cuando debe tomar grandes decisiones, le entra un
tembleque o más bien jindama –mitad miedo, mitad cobardía-- que le provoca irse de vareta por la pata
abajo.
El
mundo del independentismo catalán tiene, visto a grandes rasgos, una militancia
que puede ser indistinta bien en ERC o en la partida de Waterloo. Es una
feligresía que tiene creencias cuasi religiosas en un dios pagano abstracto,
Cataluña, que es una mezcla embarullada de gentes –preferentemente de la ceba-- ritos, leyendas, historias inventadas, ríos,
montañas (sagradas o profanas) y demás prosopopeya, romántica o surrealista.
Ese independentismo ha crecido por varios motivos: una curia que ha sabido
crear la posibilidad de solución inmediata del pleito histórico con Madrid; el
alimento político de no pocos cuadros, procedentes de la izquierda que se
sintió derrotada; y las torpezas, algunas no irrelevantes, de la política
española con alternado mando en plaza. En ese comistrajo se juntaron el
independentista pata negra; el socialdemócrata que no tuvo un Bad Godesberg que llevarse a la boca; el prosoviético
cuya ideología ya le parecía viuda; el de las astillas del viejo árbol
psuquero, que se le fugó el eurocomunismo al séptimo cielo. Así, pues, el
independentismo es una mezcla irregular de calostros de distinta denominación
de origen.
Segundo tranco
No
es de extrañar, así las cosas, los meandros viejos y nuevos de este partido
poco serio. El miércoles, si no cambia de postura, votará contra el Gobierno de
coalición progresista. Es el partido que va continuamente, como decimos en Parapanda del caño al coro y del coro al caño. No
piensa votar favorablemente, ni siquiera abstenerse ante la propuesta del
gobierno de prolongar el estado de alarma. Su argumento es vecino a lo que
plantean las derechas, tanto las carpetovetónicas como las de sus íntimos enemigos
los post post post convergentes. Hay que erosionar al gobierno progresista en
primera derivada. Debilitarlo, conseguir que se rompa la coalición. Podemos en
Madrid –según los de Junqueras—
ya no es lo que era, y los Comunes en Barcelona son un incordio. ¿Eso de la provincia? Agua de cerrajas. No conviene
un gobierno fortalecido por la gestión real de la pandemia. Se necesita un
gobierno flaco constantemente interferido por unos socios que como dijera el Dante conforme la fiera va comiendo le entra más
hambre. «E dopo´l pasto ha piú fame che pria».
ERC
partido carcomido por miedos al qué dirán. Y permanentemente acollonado por lo
que haga y parezca que haga, por lo que diga y parezca que diga el hombre de Waterloo.
Oriol Junqueras, que ha demostrado que era verdad que su partido no tiene
remedio.
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