El
foco mediático estuvo puesto ayer en la rocambolesca historia de los lacicos
amarillos en los edificios públicos de la Generalitat de Cataluña. Una
situación tan extravagante como pintoresco es este Quim Torra.
O, remedando el clásico, podríamos decir que el torrismo es la
enfermedad senil del nacionalismo. Ahora bien, si el foco mediático estaba en
esa astracanada, el dato político fue otro.
Es
un dato que tiene su enjundia. El Partido Nacionalista Vasco ha anunciado que,
definitivamente, no irá en coalición a las elecciones europeas con el PDeCAT. En crudas palabras,
rompe la coalición que venía funcionando desde hace quince años. Por dos motivos: la confusión política que mantienen
sus anteriores socios catalanes y la purga de los ex diputados Campuzano y Xuclà, dos hombres
considerados pragmáticos. Esta ruptura tendrá sus consecuencias. No sólo
electorales.
Estar
a mal con el PNV no le será agradable al manicomio de Waterloo. Porque el
partido vasco tiene muchos palillos en Europa desde hace muchísimos años y su
palabra es apreciada en las instituciones europeas y en el Partido Demócrata
norteamericano. Recuerden el relato de Manuel Vázquez
Montalbán sobre el infortunado Galíndez. Waterloo, además, ha olvidado el consejo de
Churchill: «peor que ganar una guerra con aliados es perderla sin aliados». El
PDeCat ya no cuenta para el PNV y Ajuria Enea no quiere saber nada del gobierno
catalán.
Por
lo demás, el profundo desagrado del Gobierno israelita con los de Torra, a raíz
del tuit de la libertariana Artadi
(no confundir libertariana con
libertaria), donde establecía un vínculo entre los lazos amarillos y el
sufrimiento de Ana Frank, fue mayúsculo. También
el intento de internacionalizar el procés
ha fracaso estrepitosamente.
La
respuesta de Torra al mandato de la Junta Electoral Central, apoyada por la Sindicatura
de Greuges, una institución doméstica, ha sido calificada por los divinos impacientes
como astucia. Otros, como por ejemplo Francesc--Marc Álvaro, pata negra del independentismo la
censuran. La consideran una desproporción entre emperrarse en los lazos y el
objetivo final. Allá ellos. En todo caso, lo cierto es que la «astucia» --primero
fue Artur Mas— de
Torra está, por decirlo con educación, con mala salud. Es, más bien, pura
idiocia.
Lo
dicho: el torrismo es la enfermedad senil del nacionalismo.
En
todo caso hemos vuelto a ver que Torra no cumple nuevamente con la palabra dada.
«Haré –manifestó públicamente-- lo que
aconseje el Sindic». El astuto, en cambio, le hizo una butifarra. O sea, un corte
de mangas. Ribó, a sus años, vejado por un chiquilicuatro.
Ahora
bien, si preocupante es que el aparente piloto de la nave tenga tan chocantes
características lo verdaderamente inquietante es que la tripulación lo siga
manteniendo. Es decir, que no haya rebelión a bordo. Porque, con permiso de Fellini, «la nave no va». Pero
eso es ya metapolítica.
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