JAIME ALONSO CUEVILLAS, DE LA TELE AL PARLAMENTO
Nota.-- Ponemos en disposición de nuestros lectores
la semblanza del abogado de Carles
Puigdemont. La escribe quien le conoce de buena tinta.
Escribe Josep M. Loperena (Abogado)
La última
y única vez que estuve con Jaime Alonso Cuevillas fue en 1997 cuando era Decano
del Colegio de Abogados de Barcelona. Lo fue por poco tiempo, ya que su mandato
fue suspendido a raíz de varias querellas que le interpusieron Montserrat
Avilés y otros diputados de la Junta de Gobierno. La causa: El cobro irregular
de dietas como decano, el pago de una encuesta electoral de su candidatura y el
desvío de fondos de las cuentas colegiales para costear la restauración de su
despacho. Las denuncias devinieron en inútiles, al ser archivadas por jueces
cercanos a la retaguardia del Opus Dei y la Falange, tras muchos recursos,
incidentes y otras vicisitudes procesales que duraron más de un año.
En la
causa de la Audiencia de Barcelona, el Fiscal solicitó para Cuevillas penas de
cárcel e inhabilitación superiores a cuatro años. Hijo de un jerarca de la FET
y de las JONS, fue absuelto por ser quien era, pero el Tribunal en
la sentencia le afeó su conducta de deslealtad profesional. En
aquella época, ni se llamaba Jaume como ahora, ni gritaba ‘Visca
Catalunya’, sino todo lo contrario. Llevaba alrededor de la muñeca una
bandera española, y su toga, pútrida y rancia, despedía un fuerte olor a
naftalina. Tampoco logró su mayor anhelo: salir en la televisión como
comentarista de opinión como hace ahora, revelando a la audiencia secretos
profesionales de cariz procesal.
Cuando
fue contratado por el President Puigdemont para formar parte del colectivo de
abogados para su defensa –el buen hacer burocrático de Cuevillas no se debate-
por obra y gracia del Procés, se convirtió en un independentista radical, en un
demócrata de toda la vida, en un tertuliano clarividente y lúcido y, por encima
de todo, en un cómico excéntrico y chocarrero, pletórico de gestos y dichos
extravagantes. En su patética aparición en el programa de TV3, ’La nit dels
Oscars’, quiso emular a Andreu y Dalmau, sus protagonistas, con un papanatismo
más propio de un pasmarote que de un jurista.
Pero la
hazaña más relevante que reveló políticamente su imagen, fue cuando invitó a
Steven C. Krane, decano de los abogados de Nueva York, para entregarle la
medalla honorífica del ICAB barcelonés. Krane, republicano y ‘fascistoide’, era
un tragaldabas que permanentemente soñaba con ser Presidente de los EE.UU
mientras devoraba hamburguesas. Con el beneplácito de Cuevillas que aplaudía
todas sus sandeces se proclamó a si mismo protector de los buenos frente a los
malos, defensor de los ricos en contra de la maldad de los pobres, protector de
los blancos de las fechorías de los negros y paladín de la gente de bien en
defensa de la virulencia de los hispanos. Krane solventaba aquellas injusticias
sociales con la pena de muerte o la cárcel de Guantánamo.
Víctor
Amela en ‘La contra’ de ‘La Vanguardia’ (maldita hemeroteca, pensará Cuevillas)
lo definió así: «Krane es directo y franco: aplaude la guerra preventiva de
Irak y las medidas impuestas por Bush para los terroristas de Guantánamo
porque, según afirma, ‘se les concede más garantías de las que se merecen’, y
es un ferviente defensor de la pena de muerte porque ‘evita que los asesinos
vuelvan a delinquir»
Fue la
única vez que Cuevillas mezcló el derecho con la política. Impuso la
condecoración a Krane en un acto público y solemne presidido por las
autoridades gubernativas y judiciales de entonces. Los medios informativos se
hicieron eco de las palabras pronunciadas por aquel peculiar letrado
estadounidense de extrema derecha. Pensé entonces que, como compensación a tan
alta distinción, Krane tendría que obsequiar a Cuevillas a presenciar como
invitado especial algunas ejecuciones en los mejores patíbulos de América. Así
comprobaría la belleza de la silla eléctrica en funcionamiento, el agridulce
olor de la cámara de gas y la sobriedad de la inyección letal. Sería testigo de
excepción del mejor de los sistemas de redención de los reos: la muerte.
Para
muchos, la justicia sigue siendo un cachondeo pero en realidad no es así. En nuestro
entorno judicial no existe engaño. Existe un porcentaje muy elevado de
ciudadanos que conocen el ideario social y político de casi todos ellos. El
posible fingimiento de algunos magistrados siempre o casi siempre es
descubierto. Pero no ocurre lo mismo con el poder legislativo. La mayoría de
políticos son trepas que pugnan por alcanzar sus intereses personales. Lo que
se oculta tras sus rostros es un enigma indescifrable y misterioso.
Así lo
acredita la designación a dedo de Cuevillas por el presidente Puigdemont para
encabezar la lista de candidatos de La Crida – su nuevo partido para el
Congreso- sin el beneplácito de sus bases ni de los vecinos de Girona.
Son muchos los diputados y senadores que no dicen lo que piensan ni creen en
las propuestas que tienen que defender. Tanto Cuevillas como Krane debieran
reflexionar sobre lo que su admirado presidente Reagan dijo una vez en plena
borrachera: la política es la profesión más baja, mezquina y despreciable de
todas las que existen. En ella hay adversarios y correligionarios pero los
segundos son los más perversos y peligrosos.
http://www.josepmarialoperena.com/es/jaime-alonso-cuevillas-de-la-tele-al-parlamento/
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