Primer tranco
El juez campeador Pablo Llarena ha preferido
aplicar la vieja máxima fiat iustitia et
pereat mundus. O sea, hágase justicia aunque el mundo estalle por los
cuatro costados. Ha dictado prisión incondicional –es decir, sin fianza— contra
el grupo dirigente más conspicuo del independentismo político catalán. Entre
ellos, el candidato a ser investido como presidente de la Generalitat, Jordi Turull, que, en su primera sesión, resultó fallida
por la abstención de la CUP.
Con toda seguridad, el hecho en sí –la prisión incondicional-- habrá estremecido en Europa. Una Unión
Europea, cuyas autoridades, mirarán para otro lado por razones de Estado. El
resultado de las recientes elecciones generales en Italia pone a Mariano Rajoy en mejores
condiciones en sus relaciones con las autoridades europeas.
De la misma manera que hemos
criticado machaconamente todo el itinerario independentista, no se nos caen los
anillos si decimos que a don Pablo Llarena se le ha ido la prudencia por las
teclas de su ordenador personal. Fiat
iustitia et pereat mundus, metiendo en la cárcel a una buena parte de la
cúpula independentista. Ya veremos qué consecuencias tiene todo ello tanto en
el cuadro político como en el social. De momento va a permitir la reagrupación
de un movimiento que, auto derrotado y dividido, va a levantar cabeza. Y no
precisamente en torno a las personas más posibilistas sino justamente lo
contrario. Un movimiento que, quizá, provoque la adhesión de sectores, que no
siendo independentistas, entienden que la desmesura del juez campeador va en
dirección opuesta a la solución de un litigio profundamente enquistado. Por no
hablar de que el PNV puede poner en un brete al gobierno Rajoy en los
presupuestos generales del Estado. Es la inutilidad del hágase justicia aunque
el mundo se haga pedazos.
Alguien podrá argüir que la fuga
de Marta Rovira (la misma que llegó a pedir a las voces
opositoras en el Parlament que mejor se callaran si iban a poner trabas al
avance hacia la independencia) ha
dado pie al juez campeador para decretar prisión incondicional a la cúpula independentista. Pero, entiendo, que eso es entrar en el
terreno de la sospecha. De una sospecha que no puede ser un argumento extrapolable al resto de los
convocados a la vistilla de ayer en el Tribunal Supremo. No hay excusa para ese
exceso de celo.
Segundo tranco
Parto de la siguiente
consideración: la auto derrota y división del independentismo no es obra
fundamental de sus adversarios políticos, sino de los aparatos del Estado, que
–como dijo Cosme de Medici-- no funcionan rezando padrenuestros. Auto
derrota decimos, cuya expresión más visible fue el discurso de investidura del candidato Turull de hondas
raíces autonomistas. Ahora bien, esa derrota del independentismo no es obra de
sus adversarios políticos. Es cosa de la superestructura del Estado, y –lo de
ayer más concretamente— la gestión
subjetiva de los «tiempos de la justicia». O, por mejor decir, de los tiempos
de las puñetas del juez campeador.
Así las cosas, la resistencia de
materiales del independentismo, con una buena parte de su star systems en prisión, puede entrar en una fase contradictoria:
un sector que continuará exhibiendo musculatura; y otro que, de momento, tomará
precauciones por si las moscas. Pero
ninguno de ellos renunciará definitivamente a la narración de lo que pudo haber
sido y, hoy por hoy, no es. Es lo que tiene haber dejado en manos de la Brigada
Aranzadi la solución del problema por parte de los convachuelistas de la
Moncloa.
Tercer tranco
En la sesión de esta mañana del
Parlament de Catalunya se ha oído una propuesta sensata, que ha planteado Miquel Iceta: que se forme urgentemente gobierno en
Catalunya por quienes corresponde, y si no es posible que se vea la posibilidad
de una mayoría alternativa. En caso contrario, digo yo para mis adentros, se
pasará del empantanamiento a retroceder. Pero eso será posible si es que se
quiere salir del cáncer. Mientras tanto, el hombre de Waterloo viaja que te
viaja del coro al caño y del caño al coro.
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