Ya vuelven a revolotear los
pájaros carroñeros sobre el cuerpo de un inocente, el niño almeriense Gabriel Cruz. Lo mismo que ocurrió cuando lo de
las niñas de Alcàsser, los hermanos Bretón, Marta del Castillo, Mari Luz
Cortés, Diana Quer y otros. Buitres disfrazados de cámaras televisivas para no
infundir sospechas. Como grajos organizando la puesta en escena de gentes
airadas zarandeando las cancelas del cuartelillo de la Guardia Civil al grito
de «¡Pena de muerte!». Convertidas ellas mismas en fiscales, jueces y jurados.
Y, por si fuera poco, la proliferación de imágenes de niños en primera fila –en
perfecta y estudiada coreografía, obra de algún regista-- gritando lo que seguramente ni ellos mismos
comprendían. Buitres y grajos pugnando por unas decimicas de los índices de
audiencia. El dolor de la familia queda, así, convertido en forraje televisivo.
Es «la mercantilización del dolor», como ha escrito Agustín
Vega en el diario Hoy (Extremadura) el 4 de enero de este año.
¿Libertad de información?
¡Quiá!: pura mercancía televisiva. Lucha sin cuartel de las cadenas y de los
agentes publicitarios a ver quién se lleva el gato al agua. Obscenidad a
destajo.
Y para colmo sale un quídam en
las llamadas redes sociales quien, sacando lo peor de sus sobacos, escribe: «¿Y
ahora qué decís a esto, asquerosas feministas?».
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