En Cataluña «estamos sumidos en
la provisionalidad», afirma Màrius Carol,
director de La Vanguardia. Me permito discrepar amigablemente una miaja del
ilustre periodista. No creo que estemos en una situación de provisionalidad
sino –como ha indicado Joan Coscubiela— de empantanamiento. Por partida doble:
en primer lugar y fundamentalmente por el empecinamiento de las fuerzas
políticas independentistas en mantenella
y no enmendalla; y, en segundo lugar, por la ausencia de iniciativas de la
oposición, que es incapaz de poner en marcha un movimiento de exigencia de
salir de ese pantano.
No quiero ser pejiguera, pero
entiendo que una situación provisional puede admitir excusas, lo que no ocurre
con el empantanamiento que, podríamos decir, es una opción adrede. El reciente
libro de Joan Coscubiela aclara hasta qué punto dicho empantanamiento
es políticamente intencionado. Por cierto, me dicen voces –una Garganta
Profunda-- que el independentismo
exasperado ha metido (simbólicamente) el ensayo de Coscubiela en un índice de
de libros prohibidos.
El problema que tiene ahora Carles Puigdemont es cómo salir de ese entuerto,
en el caso de que quiera salir. Y el que tienen los neo convergentes del PDeCAT y Esquerra es
de qué manera se sale de esa astracanada sin lesionar al hombre de Bruselas. Es
una situación embrollada porque, derrotados y divididos, son incapaces –al
menos, de momento-- de encontrar una
salida (si es que la quieren) que lave la cara a los grupos dirigentes, que
siguen protagonizando lo que Coscubiela denomina «una farsa». Lo dijo antes de
que importantes dirigentes del independentismo declinante afirmaran tres
cuartos de lo mismo.
En todo caso este
«independentismo declinante» está consiguiendo precisamente lo contrario de lo
que aspiraba: quería la independencia y ahora nos encontramos en la pre
autonomía; aspiraba a contar con el apoyo de la Unión Europea, ahora observa
estupefacto que ni siquiera los recibe el bedel de ninguna institución. En
resumen, mayor gloria tuvo la famosa Ínsula Barataria. Por lo menos el asno de Sancho Panza andaba; la bicicleta estática de
Puigdemont no se mueve.
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