«El rey persa, cuando estaba de
viaje llevaba consigo, para evitar el aburrimiento, un trozo de madera de tilo
y un pequeño cuchillo para trabajarla. Las manos reales se empeñaban en esa
labor, pues nunca llevaba consigo ni un libro ni un pensamiento, para no tener
que leer nada serio e importante ni mediar sobre ningún asunto elevado y digno
de consideración». Nos lo cuenta
nuestro viejo amigo Claudio Eliano (170 –
235) en sus Historias Curiosas, Libro
XIV, capítulo XII. Sólo por tan potente retranca Eliano merecería ser nombrado
hijo adoptivo de Santa Fe, capital de la
Vega del Genil. Sépase que Santa Fe es el crisol más sofisticado de la
malafoyá, que es la sublimación del sarcasmo con su correspondiente chorreón de
retranca. Y para mayor abundamiento erudito, sépase que la llamada malafoyá
granaína (de Granada, una ciudad que está cerca de Santa Fe), es una variante
en tono menor de la santaferina.
Nuestros gobernantes imitan al
rey persa de antañazo: no llevan ningún libro ni un pensamiento. En la mano, el
twitter; en la cabeza, gaseosa. No obstante,
hay cuatro ministros –afortunadamente ninguno de Santa Fe-- que se han paseado por Málaga con la
partitura bajo el brazo de El novio de la muerte. Se trata de una pieza,
cuyos orígenes son un tanto tabernarios, pues nació en una casa de sombreros (barrets) allá en tierras del Moro. Al
paso del Cristo malagueño, los cuatro jerarcas verticales la cantaron con ardor
guerrero. Visto lo cual por Bienvenido Carnesblancas, de santaferina
nación, exclamó: «Ha empezado la campaña electoral». Vox populi, vox Dei.
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