En Bajo Guía, en la mismísima desembocadura del Guadalquivir, reflexionaba yo
hace una semana sobre algunos asuntos de cierta importancia. Día soleado y
enfrente (como siempre) el Coto de Doñana.
¿Por qué –me preguntaba para mis
adentros-- la auto llamada nueva
izquierda catalana se ha contagiado del nacionalismo catalán y, en concreto,
por qué aparece influenciada, en cierta medida, por el secesionismo? No llegué
a conclusiones definitivas. Para decir banalidades ya hay voces más autorizadas
que las mías.
No obstante, también me pregunté
algo que me ronda la cabeza de un tiempo a esta parte. Tengo la impresión de
que la tal nueva izquierda, en el terreno del nacionalismo, bebe las fuentes
del famoso librito El marxismo y la
cuestión nacional, de don José
Stalin. Un libro considerado canónico por las viejas izquierdas
comunistas y, por tanto, elevado a la condición de Vulgata. Hasta tal punto
que, en mis tiempos de joven comunista, se le tenía como el no va más del
vínculo entre marxismo y cuestión nacional.
Pregunto si alguien conoce hasta
qué punto la renovación de algunos partidos comunistas europeos (por ejemplo,
el italiano y el español) conoció alguna revisión del prescindible libro
staliniano. Lo cierto es que se pasó de la hagiografía al definitivo archivo de
esa obra de Stalin, aunque sé de buena tinta que algunas amistades –todavía
hoy-- siguen considerándolo como
definitivamente dado. Inercia de aquella
costra de juventud. Una consecuencia, también, de no querer haber leído –ni
antes, ni ahora-- lo que sobre ese
particular dejó escrito Rosa Luxemburgo. Cuyas ideas se parecían a las de Stalin como
un huevo a una castaña.
Yo me decía en la desembocadura
del río grande andaluz que tendría una cierta lógica que la sedicente nueva
izquierda quisiera parecerse más a la Luxemburgo que a don José. Pero ¡ca! Ni
por pienso. Esta nueva izquierda es staliniana (ojo, no he dicho stalinista)
hasta el colodrillo en relación al asunto que comentamos. De donde saco una
conclusión provisional: la nueva izquierda es, en este terreno, la continuidad
de la vieja, y como ésta es «arroz pelao sin ningún langostino sanluqueño», que
diría Juan de Dios Calero, zahorí diplomado de
Parapanda.
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