El independentismo podría
cambiar de registros lingüísticos, añadiendo otras consignas. Así podría
desprenderse del último mensaje –en twitter, ¿cómo no?-- de Oriol Junqueras antes de entrar en prisión por un imprudente
exceso de celo de la jueza Carmen
Lamela. Si el Marqués de Bradomín, de
valleinclanesca memoria, dijo de sí mismo que era «católico, feo y
sentimental», este Junqueras se autodefine como «católic i bona gent».
En twitter dice Junqueras: «Haced
lo que esté a vuestro alcance para que el bien derrote al mal», que traduzco
del catalán. Extraña que ambos conceptos –el conceto es el conceto,
según dejó dicho Manquiña-- el “bien” y el “mal” estén en minúscula, con lo que su fuerza
expositiva no sólo pierde fuerza sino que se queda en agua de borrajas.
Metafísica de mercadillo.
¿Una movilización
independentista es el bien? ¿Una
consigna unionista es el mal? No se
sabe, no se contesta. Sutilezas teologales. Las únicas referencias de que
disponemos se refieren al segundo Bush cuando su guerra en el Golfo. (En aquel tiempo no había
twitter, lo dijo a pelo). Así las cosas, los semiólogos diplomados –absténganse
los talabarteros de Setenil de las Bodegas--
deberían ayudarnos a descodificar el uso de la antinomia de Junqueras
(bien y mal). Más todavía, los sociolingüistas deberían aclararnos si el
exageradamente penalizado por la jueza Lamela plagia al segundo Bush o se trata
de un inocente desliz. Porque, de no hacerlo, la controversia entre los hunos y
los hotros acabaría siendo una nueva guerra de religión. De una parte,
Junqueras, «católico y buena gente» en las trincheras del bien; de otra parte, sus
contrarios en los balates del mal. Todavía sin los crucifijos de rigor.
Mientras tanto, el hombre de
Bruselas sigue zascandileando en la capital de las coles flatulentas. Sin
embargo, su penúltimo mensaje grabado lo dio ayer la televisión catalana.
Chocante, porque –según él-- no hay
libertad en España. Tiempos sin sosiego.
Cómo envidio la tranquilidad de
los pueblos blancos de la Sierra de Grazalema. En Zahara de la Sierra hablé en una tasca con un
empleado bancario. Me dice: «Oiga usté, gano igual que los de Barcelona y
Madrid. De mi casa al trabajo tardo tres minutos andando. Y del trabajo a casa
media hora, porque me paro a echar unas copitas de manzanilla». Le respondo: «Y
sin hacer huelga por el convenio, ¿eh?». Me mira fulminante: «Aquí, cada vez
que la Federación de Banca de Comisiones llama a la huelga, se hace huelga;
déle usted recuerdos a los compañeros». Sea.
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