Tengo para mí que el estrepitoso
fracaso de la huelga general ha trastocado no poco las cosas catalanas. De un
lado, la rectificación de Forcadell
en el Tribunal Supremo, que puede ser leída como un acto de atrición; y, de
otro lado, la aparición de contrastes no irrelevantes en el seno de la política
independentista.
No insistiremos en lo de Carme
Forcadell, ayer nos detuvimos en ello, y no es cosa de fatigar en demasía al
paciente y abnegado lector. Tan sólo me permito un estrambote: con su
rectificación, la presidenta del Parlament de Catalunya debería auto
inhabilitarse para unos cuantos años. No se puede admitir que, durante un largo
tiempo, haya defendido que la suma de los cuadrados de los catetos nada tiene
que ver con el cuadrado de la hipotenusa y, ahora, admita el teorema que todo
el mundo atribuye a Pitágoras.
Los contrastes en el interior
del bloque independentista son considerables. Por una parte, la lógica negativa
de Esquerra Republicana
a formar parte de una lista unitaria de todo el bloque; por otra parte, la
aparición de algunas grietas en el interior de la Assemblea Nacional Catalana.
El contraste político aparece
cuando los herederos de la vieja Convergència, de pujolista memoria, han dejado de ser el pal de paller, que aproximadamente
podríamos traducir como la clave de bóveda de Cataluña. Los herederos de
aquella potente fuerza política observan, perplejos, hasta qué punto el
azucarillo se va disolviendo en el vaso de agua. La ilusa fogosidad de Puigdemont ha contribuido a
incrementar el desmoronamiento de su formación política. Más todavía, ha
metabolizado su condición de exiliado hasta tal punto que se comporta como tal,
como un exilado, aceleradamente desubicado de lo que, a diario, va cambiando el
país. No lo lamentamos: Puigdemont es él mismo y sus circunstancias delirantes.
Su propuesta de confeccionar una agrupación de electores bajo el título pseudo
gaullista de Llista del
President no consigue adhesiones significativas. Tan sólo permite una
serie de tapas variadas que no acaban de conformar un menú. El fracaso de la
huelga general –que ni siquiera llegó a huelga sargento-- acabó de hundir las posibilidades del hombre de
Bruselas. Roma no paga tan estrepitosos fracasos. En definitiva, Puigdemont no
será el Kerensky que
soñaban las órdenes menores conventuales de la CUP.
La novedad es, sin embargo, que
en el interior de la ANC aparece un sector que empieza a considerar que su
grupo dirigente es «ineficaz». El fracaso de la huelga y de la llamada «vaga de
país» ha embrollado más las cosas. Tampoco lo lamentamos. La rectificación de
Forcadell echa más agua a este vino. Menos todavía lo lamentamos.
Y mientras tanto, Barcelona
sigue perdiendo fuelle. No será la sede de la Agencia Mundial del Medicamento.
Esto sí que lo lamentamos. De todo ello
hablaremos con Manuel Zaguirre, maestro de
sindicalistas, a la hora de comer un día de éstos.
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