El 22 de diciembre se sabrá a
quién le ha tocado el premio gordo de la lotería y a quienes la pedrea. Otros
se quedarán como el gallo de Morón. Es el día después de las elecciones
autonómicas catalanas. Mientras tanto, cada formación política compra décimos
de lotería para que la ley de probabilidades le sea más indulgente. En ese
interregno subirá el diapasón de los decibelios de todos los candidatos, el
chillerío de los alazones y el toreo de salón de las primeras figuras. Vale, es
el peaje obligado. Paciencia: esperar y barajar.
Después de las elecciones
tendremos durante un tiempo la consabida subasta post electoral. Los más
aventajados cantarán que el patio de su casa es particular, porque cuando
llueve no se moja como los demás. Y llegará el momento de intentar formar
gobierno. Los socios del nuevo gobierno se cantarán entre ellos aquella vieja
copla: «Esto no tiene remedio / por exceso de cariño / siempre estamos
discutiendo».
Digamos, pues, que ya hay
gobierno. Sea el que sea. No nos atrevemos a pedir que se haga borrón y cuenta
nueva, pero sí tenemos la osadía de exigir –de exigir, he dicho-- que se entre en una fase de reconstrucción de
todos los innumerables desperfectos que se han producido en Cataluña en los
últimos años. Andreu Claret,
con punto de vista fundamentado, ha propuesto un Pacto Nacional contra la
Decadencia. No es una exageración. De seguir como hasta la presente se puede entrar
en un proceso de colapso y decadencia. Y, pasado un cierto tiempo, tendremos
que formularnos la pregunta existencialista de «¿cuándo se jodió Cataluña,
Zavalita?
Al hilo del acuerdo con Andreu
Claret situaría unos pre requisitos: un código deontológico de las relaciones
entre los partidos políticos; unas consideraciones sobre el carácter del pacto;
y unas cuestiones que, por comodidad, llamaré técnicas.
A.-- Sería deseable que la controversia política
se caracterizara porque tuviera la misma cortesía con que los dirigentes se
tratan en privado. Que la legítima (y necesaria) confrontación, incluso áspera,
rehuyera los tonos de bronca tabernaria, de esta manera tal vez se irían
rebajando los decibelios del paroxismo que existe de una parte de la sociedad
catalana contra la otra.
B.-- El pacto que se propone debe estar inmerso
inexcusablemente en el terreno de la innovación—reestructuración de los
aparatos productivos y de servicios, en el mundo real de la globalización. Con
especial tratamiento a la innovación tecnológica en un retroceso crónico (ver
la foto).
C.-- El mencionado pacto debería contar con su
correspondiente comisión de verificación y seguimiento periódicos.
Hemos dicho que la situación
económica de Cataluña empieza a ser inquietante. Y diré más: la cosa puede
empeorar. De manera que, tras la formación del nuevo gobierno catalán, sea el
que sea, es obligado entrar de lleno en una línea de conducta, de acuerdos. De
arremangarse. Los sujetos activos, protagonistas, de lo que se reclama serían
los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones empresariales.
Quien tenga miedo o prevención estará haciendo dejación de sus
responsabilidades y funciones.
Así pues, hasta las elecciones
chíllense, llámense el nombre del puerco, péguense en las espinillas todo lo
que quieran. Pero, a partir del día 22 de diciembre, entren en cordura. Un
avisado sindicalista, Pedro López Provencio,
dejó escrito ayer en este mismo medio un importante caudal de temas para
esbozar ese acuerdo que se propugna: http://lopezbulla.blogspot.com.es/2017/11/que-votar-el-21-de-diciembre.html.
Finalmente, me pregunto si habrá
algún candidato que plantee esto –o algo parecido-- durante la campaña electoral.
Radio Parapanda.-- Manuel Gómez Acosta en https://mechinales.blogspot.com.es/2017/11/cataluna-independencia-en-la-penumbra.html
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