No es posible seguir así. Es
contraproducente mantener el clima iracundo que existe. Esos patios de
vecindones que son las redes están haciendo estragos en la convivencia civil y
pueden dejar un poso nocivo para muchos años. No hablo de la bilis que destilan
las cavernas, sino de un inquietante tono que se observa en el cruce de
palabras y comentarios entre demócratas.
Con unos lenguajes agresivos como nunca habíamos conocido. Por lo
general en las viejas tabernas había más tino a la hora de discutir. Estoy
hablando de Cataluña.
Se despellejan los romanos
contra los cartagineses en estas nuevas guerras púnicas. Tengo la impresión que
tan furibundas diatribas tienen un estilo que recuerda más a las contiendas
religiosas que a otra cosa, al estilo de las terribles disputas por la cláusula filioque de aquellos tiempos antiguos. Es la
intransigencia de cada dogma particular, que debe mantenerse contra viento y
marea. Es una absoluta y granítica testarudez que desprecia las reglas del
razonamiento lógico premiando los anacolutos y los solecismos. Peor todavía,
poniendo énfasis en la palabra violenta de alto voltaje. Pongamos un ejemplo:
el linchamiento que está recibiendo el escritor Javier Pérez
Andújar por parte de los extremistas de guardia.
¿A dónde conduce esta bronca? A
un enfrentamiento –primero sordo, después quién sabe— en la sociedad civil cada
vez más exasperado. Nos lleva a la decadencia como país, trufado por la
violencia de las tribus, unas contra otras. Tiene muchas dioptrías quien afirme
que estoy exagerando.
No estoy planteando comportamientos
versallescos, ni lenguajes de jaculatoria. El debate político exige pasión. Una
pasión argumentada y con punto de vista fundamentado. Nunca el vitriolo que están
destilando los romanos y los cartagineses.
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