Jordi
Casas Roca. Doctor en
Historia y militante de ICV
“La
Federació Comunista Catalano-Balear declara que los obreros de toda la
península no tienen nada que fundamentalmente los separe y sí, como clase y como hombres, infinidad de
intereses que los juntan” (tesis sobre la cuestión nacional, abril de 1932;
traducido del catalán, la cursiva en el original).
Este no es
un artículo de coyuntura. Tampoco es un artículo de política en el sentido
estricto. Es un artículo que previsiblemente pisará muchos callos ideológicos y
políticos, porque pretende cuestionar conceptos (he estado a punto de poner
verdades) que hemos considerado inamovibles. Su tesis central es que el
Processisme nos ha colocado en una tesitura que hace necesaria una reflexión a
fondo. Lo que sigue se puede leer como un conjunto de enunciados, cada uno de
los cuales requiere cierto desarrollo.
1. Seguimos dando vueltas al
derecho a la autodeterminación (ahora y aquí reconvertido en derecho a decidir; expresión utilizada
por primera vez en sede parlamentaria en la resolución 631 del Parlament de
Catalunya del 3 de marzo de 2010), cuando las resoluciones de la ONU y el
grueso de la jurisprudencia internacional son muy claros. Valga por todo la
decisión consultiva de la Corte Suprema de Canadá del 20 de agosto de 1998: el
derecho a la autodeterminación está reservado a situaciones coloniales (o de
violación extrema de los derechos humanos), por tanto, no es de aplicación en
Quebec (y en Escocia y en Catalunya); aunque abrió vías de solución (ClarityAct o Loi de clarificationdel 29 de junio de 2000). Es necesario recordar
que, como nos explicó Eric J. Hobsbwam, los padres de la criatura, entonces
denominada “principio de las nacionalidades”, no preveían una aplicación urbi
et orbi, de hecho el mapa que dibujaron de nuevos estados-nación era muy
reducido.
2. El marxismo clásico nunca
sacralizó la categoría histórica estado-nación, jugaba un papel secundario en la lucha por el
socialismo. Pero, como sabemos, la historia, por decirlo de alguna manera, les
ha girado la espalda: hay más estados-nación y naciones que socialismo. Por lo
que se refiere al marxismo de aquí (Catalunya), se limitó a copiar: a Stalin
por lo que se refiere a la categorización de nación y Lenin por lo que hace a
la estrategia, aunque que quizá debería decir táctica. El más fiel seguidor de
Lenin en esta materia, Andreu Nin, nunca vio naciones y nuevos estados por
todas partes, es más, siempre tuvo una concepción pragmática del derecho a la
autodeterminación, revitalizado por su mentor político, lo resumía con esta
frase: “Una cosa es defender este derecho y otra la cosa en si misma” (de
hecho, no lo reconocía para Euskadi, ya que consideraba al PNV un partido
reaccionario). Fue sobre todo el PSUC quien sintetizó la tradiciones marxista y
nacionalista, por la influencia de dos partidos, Unió Socialista de Catalunya y
Partit Català Proletari, que tenían más de nacionalistas que de marxistas
(especialmente el segundo), sólo hay que leer la ponencia programa aprobada por
sus comités ejecutivos, el 13 de noviembre de 1935, para llevarla al proceso de
fusión. Joan Comorera, en sus escritos del periodo 1940-1944, remachó el clavo,
aunque hizo algunas aportaciones muy sugerentes.
3. El PSUC hizo un notable esfuerzo
teórico sobre el hecho nacional durante el franquismo, reflexión que se
concretó en el opúsculo El problema
nacional català, elaborado entre 1961 y 1967, con aportaciones de un grupo
nutrido de intelectuales. La mejor síntesis, que recoge las aportaciones de los
años sesenta y setenta, es la del IV congreso del PSUC (29 de octubre-1 de
noviembre de 1977), la claridad conceptual de la cual no ha sido superada hasta
ahora. Describía los dos factores que han configurado la Catalunya moderna: “el
choque de las diversas clases sociales catalanas con el Estado centralista y
burocrático”, aspecto hoy elevado a deus ex machina; y “la lucha de clases en
el interior de Catalunya, la cual se ha expresado históricamente como una lucha
por la hegemonía política e ideológica”, aspecto hoy borrado del debate
público. Esta reflexión, básicamente gramsciana, se cerraba con la siguiente
propuesta: “Los comunistas defenderemos la creación de un Estado republicano y
federal que reconozca el carácter plurinacional del Estado español y se base en
la unión voluntaria de todos los pueblos de España”. A partir de entonces no
hemos hecho otra cosa que simplificar el debate y, a la vez y no es
contradictorio, complicar la cosa. Por una parte, nos hemos limitado a hacer
sinónimos derecho a la autodeterminación y democracia, sin ir mucho más allá
(una buena muestra en el número 142 de la revista Nous Horitzons); y, por otra, nos hemos embrollado con el
galimatías de la soberanía (léanse los apartados 2.5 y 6 del Projecte Manifest Programa de IC de
1991; ininteligible). Es comprensible que en pleno franquismo, caracterizado
por el intento de liquidar la realidad nacional catalana, se hiciera del
derecho a la autodeterminación un elemento propulsor de la salida de la
dictadura y que, en plena Transición, se siguiera manteniendo este principio
para marcar terreno en un momento en que estábamos definiendo los límites de
nuestro marco democrático; pero no es muy comprensible que desde entonces no se
haya hecho una revisión a fondo de este concepto, partiendo de las nuevas
realidades española y europea. Y bien que nos lo advirtió Jordi Solé Tura en un
libro de 1985 (Nacionalidades y
nacionalismos en España: “La
izquierda no puede plantear este problema crucial en abstracto ni lo puede
reducir a mera proclama ideológica”). Evidentemente, no estoy reivindicando un
recorrido meteórico como el que hicieron otros, que en pocos años pasaron del
derecho a la autodeterminación a la LOAPA. Se trata de otra cosa. Resumiendo:
la práctica del autogobierno, casi siempre en manos de la derecha, parece haber
desalentado un debate a fondo; lo hemos resuelto todo casi siempre poniendo el
turbo de la autodeterminación, otra cosa bien diferente es que lo hayamos
sabido formular de forma razonable y actualizada. Que no.
4. La reivindicación del derecho a
la autodeterminación es el instrumento preferido para realizar la máxima del
nacionalismo: a cada nación le corresponde un Estado propio. Enric Prat de la
Riba lo sintetizó de forma magnífica, aunque su realismo político lo llevó a
hacer propuestas de corte federal. Pero el nacionalismo tiene un corpus más
amplio, no es necesario decirlo. Corpus que la izquierda, y en concreto la que
me interesa, ha colaborado a ampliar o, como mínimo, a consolidar; asumiendo
conceptos que, desde mi punto de vista, son estrictamente nacionalistas,
alejándose de una lectura de la realidad y de una práctica política laicas
(entendiendo por laico un comportamiento basado en los parámetros mentales de
nuestra cotidianidad y, sobre todo, una reflexión alejada de cualquier
tentación metafísica). Hablemos de algunos conceptos. No hay derechos
nacionales, colectivos o históricos. La historia no concede derechos, los
derechos son una convención humana (otra cosa es que, a veces, su invocación
ayude a resolver algún problema; ejemplo: disposición adicional primera de la
CE 1978). La historia condiciona el presente, pero no la formatea. No hay
derechos nacionales o colectivos. El marxismo (o el materialismo histórico, si lo
queréis así), es hijo de la Ilustración y del liberalismo, aunque sea para
superarlo, al menos en términos sociales y económicos; por tanto, no puede
renunciar al bagaje que nos dejó por lo que se refiere a la consideración del
ser humano, el individuo, como el depositario, el sujeto, de derechos y
deberes. Es el ser humano quien ejerce sus derechos, como es el derecho
democrático de pedir más autogobierno, el que sea, para la nación de la que
considera formar parte. Por otra parte, es difícil otorgar derechos colectivos
a sociedades diversas y plurales sin asumir planteamientos organicistas. Por lo
que se refiere a los conceptos de inalienable e imprescriptible que utilizamos
para hacer referencia al derecho a la autodeterminación, sólo pueden mantenerse
si entendemos la nación como un ente abstracto e intemporal que está por encima
de la voluntad de quienes forman parte de ella; lo que nos aleja de un análisis
riguroso de la realidad para transportarnos, como decía antes, a la metafísica.
5. En 1887 el sociólogo alemán
Ferdinand Tönnies publicaba Gemeinschaft (Comunidad)
und Gesellschaft (Asociación). La
primera, de la que la nación sería un ejemplo, estaría hecha de lazos
afectivos, personales, de clan, familiares, tribales o nacionales; la segunda,
que identificaba con el Estado, estaría hecha de elementos instrumentales,
racionales, estratégicos y tácticos. En definitiva, la Gemeinschaft sería el mundo de la sangre y de los a priori,
mientras que la Gesellschaft
correspondería al mundo de las convenciones, de las transacciones para
organizar la convivencia. No es necesario decir que en el mundo en el cual no
está tocando vivir se está imponiendo la Gemeinschaft,
creo que no es necesario poner ejemplos, algunos de los cuales serían muy
lamentables. Estaría bien que la izquierda, especialmente la que me interesa,
reflexionase sobre estos dos conceptos, que evidentemente no son excluyentes,
para establecer claramente donde ha de poner sus prioridades.
6. Cinco años antes de publicarse
el libro de Tönnies, Ernest Renan se preguntaba Qu’est-ce qu’une nation? Desde entonces los especialistas no se han
puesto de acuerdo. Yo me quedo con la definición de XustoBeramendi: “La nación
(…), existe en la medida, y sólo en la medida, en que un grupo de personas cree
que existe y actúa políticamente en consecuencia”. Así, pues, la nación como
constructo social, histórico. Si se quiere con otras palabras, como proyecto
político. En este sentido, el autogobierno, su institucionalización, no es un
artefacto que se superpone a la nación, forma parte de su proceso de
configuración. Ya hemos hablado, al referirnos al IV Congreso del PSUC, del
papel de la confrontación con el Estado por el autogobierno en la formación de
la Catalunya contemporánea (vuelvo a Solé Tura, que hizo una excelente
aportación al respecto: “La qüestió de l’Estat i el concepte de Nacionalitat”, Taula de canvi, 1, 1976). Por tanto,
nada está predeterminado de entrada. Nadie puede pretender jugar con ventaja.
Nadie tiene la verdad. Creo que se entiende lo que quiero decir. Acabo.
Llegados
aquí (quiero decir al 2017), uno tiene la impresión que hemos estado trabajando
con una serie de conceptos que nos han sido útiles en tanto que simplificadores
y, a veces, capaces de producir importantes manifestaciones, pero al precio de
generar algunos mal entendidos y no, precisamente, menores. He comenzado con la
tesis que justifica este artículo y acabo con dos premisas: a) Es necesario
romper con el Processisme, una estrategia que está consiguiendo que sigan
mandando los de siempre; esto implica elaborar un discurso alternativo en la
cuestión nacional (para decirlo en términos clásicos), nada complaciente con el
actual, para ir generando una nueva hegemonía; y b) Es preciso negarse a
aceptar que la falta de debate teórico e ideológico (o mantenerlo bajo mínimos)
sea el caldo de cultivo del cual deba surgir la Catalunya del futuro.
(Este texto es la traducción por el autor del
original en catalán, que se ha publicado en la revista Treball el 5 de septiembre).
Nota editorial.-- El Manifiesto
para el acto del día 21 de septiembre en Barcelona tiene ya su web oficial, a ella deben dirigirse quienes deseen
firmarlo ya sean de Cataluña o no. La web se encuentra enhttps://manifest21s.com/ Sigan adhiriéndose, las firmas aparecerán de un momento a
otro.
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