Comentábamos ayer la fusión de Siemens y Alstom. El anuncio
de esta operación provocará sin duda la reacción de CAF, que ya está
explorando fusiones y compras en China e India. Simultáneamente –informa La
Stampa— Stx (francés) y Fincantieri (italiano) han acordado fusionar sus grupos de
construcción naval civil y militar. 27.000 trabajadores y 36.000 millones de
euros anuales de negocio. De un lado, una Europa políticamente enferma y, de
otro lado, el mundo empresarial que reacciona agrupando sus firmas.
Más madera: la opa de Atlantis sobre Abertis sólo está
pendiente de la aprobación de la Comisión Nacional del Mercado de Valores; así
mismo, todo indica que Amazon, tras comprar Woole Foods por 13.000
millones de dólares, se está planteando la compra de Carrefour, la segunda
cadena de distribución del mundo.
Como puede verse estamos en plena convulsión de concentración
de capitales donde quien no corre está volando. Es lo que hemos dado en llamar,
en el libro “No tengáis miedo de lo nuevo”, la fase de reestructuración e
innovación de los aparatos productivos y de servicios. En realidad, de toda la
economía.
Ebullición, pues, de los operadores
económicos y parálisis de la política. Se trata de una asimetría descomunal, posiblemente
la mayor de la que recuerde un servidor. Es más, ni siquiera la política
registra estos grandes movimientos. La política se ha convertido en un sujeto
autista y, dentro de ella, la izquierda exhibe una desnudez preocupante. Es la
izquierda de los campanarios que, con movimientos tartamudos, se ha instalado
en su parábola descendente. Tres cuartos de lo mismo se diría de la Confederación Europea de Sindicatos que «no sabe, no contesta», instalada en un
proceso griposo, que ya dura demasiados años. Y que ni siquiera cae en la
cuenta que, de vez en cuando, necesita tomar una fuerte dosis de aceite de
hígado de bacalao.
Moraleja. El coro de Jardineros del Fausto de Goethe cantaba algo
que puede ser una recomendación para las izquierdas: «Con las rosas se puede
hacer poesía / las manzanas se tienen que morder.», según dejó traducido exquisitamente
el maestro José María
Valverde.
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