lunes, 15 de mayo de 2017

A propósito del ciberataque ...



... y la organización que lo posibilita


Pedro López Provencio


En estos días, el ciberataque que han sufrido muchas instituciones y empresas de los cinco continentes es muy grave. Dicen. Y la amenaza de los hackers está desatada. Y, al parecer, exigen el pago del chantaje en bitcoins. Esa moneda digital que resulta más difícil de rastrear que las otras y, en consecuencia, protege la identidad de los poseedores espurios. Denominados piratas informáticos en este caso. Al igual que con las monedas de otros piratas, financieros, evasores, corruptos y otros criminales de distinto pelaje. Que también pueden apropiarse de lo indebido utilizando esa y cualquiera otras monedas más o menos virtuales. Usando los paraísos fiscales y otros bancos más o menos cercanos. Siempre propicios a captar nuevos ingresos y fuentes de financiación.

Paralizado parte del sistema, por la encriptación ajena de los algoritmos y de los datos propios, se hace imposible su utilización. Se envía a los trabajadores a su casa. Claro, no tienen nada que hacer. Su trabajo consiste en seguir las instrucciones que les proporciona la máquina y, a veces, coadyuvar a su alienado funcionamiento.  Al revés de no hace mucho, que las máquinas seguían las instrucciones de los trabajadores. Se va culminando la separación entre la acción laboral y el pensamiento inteligente. Separación que se establece con mayor precisión. Taylor en todo su esplendor. Con los complementos de Ford y Toyota.

El martes pasado, día 9, impelido por Javier Tébar en su ingente labor por desasnarnos, fui al speaker’s corner de CCOO. A escuchar al profesor Hiroaki Watanabe. Nos habló sobre la lucha por la revitalización de los sindicatos japoneses y la organización de los trabajadores después de la desregulación del mercado laboral. Entendí, por una parte, que allí no existía tal lucha. Los sindicatos japoneses de empresa están para que ésta permanezca, hacerla más productiva, conseguir más carga de trabajo, que no se deslocalice y que se incrementen los beneficios. Con la esperanza, supongo, de conservar el empleo y de que “algo les caiga”. Uff, no sé por qué se me vienen a la cabeza algunas empresas del automóvil de por aquí.

Por otra parte entendí que, a pesar de las grandes diferencias culturales, históricas, psico-laborales y sociales, la evolución, de los sistemas de contratación laboral, ha seguido pautas similares. Desde la década de los 70. En Japón como en Alemania, Italia, Estados Unidos, España, han sido calcadas. La anterior contratación laboral, fija e indefinida habitual, ha pasado a ser generalmente temporal y precaria. La autorización para la creación y funcionamiento de empresas prestamistas se han dado en las mismas épocas. Y la frecuencia en la contratación de empresas auxiliares también. Éstas ya fabrican subconjuntos del producto y aportan los trabajadores que entran en la fábrica principal para montar su parte en el conjunto acabado. Todo ello ha proliferado al mismo compás.

Después de 50 años de trabajo ininterrumpido en empresas privadas e instituciones públicas, no se me ocurre nada importante que suceda en su seno por casualidad. Cuando en los años 60 trabajaba como Oficial mecánico ajustador, el empresario necesitaba conservar a los profesionales y demás trabajadores. En sus conocimientos y experiencia se sustentaba principalmente la producción, la organización del trabajo y la supervivencia de la empresa. De ahí pagar buenos complementos por antigüedad. De ahí la contratación laboral fija e indefinida. Eso ha cambiado. El trabajador se consolida ahora como simple apéndice del sistema. Del que se requiere el conocimiento mínimo necesario para accionar el puesto de trabajo en el que se le coloca. Conocimiento que le puede suministrar la empresa en un plis plas. Porque base para adquirirlo suelen tener de sobras. Se requiere especialmente que sea sumiso y obediente y, a ser posible, asustado e individualista. Hay empresas de selección de personal que se dicen especialistas en observar la mirada. Ha de aceptar venir cuando se le llame e irse cuando se le diga. Sus conocimientos y experiencia cuentan muy poco. O nada. De ahí la contratación precaria y temporal.

No hay duda de que es muy necesario que los sindicalistas se ocupen de que se cumplan los derechos consolidados de los trabajadores. Y que les ayuden en todas aquellas dificultades que les pueda ocasionar su relación laboral subordinada. Que les faciliten y aporten los servicios de gestoría administrativa y de asesoría y de defensa legal letrada. Y acudan, cuando convenga, a la Inspección de Trabajo y a la Jurisdicción Social. Que deberían actuar de oficio cuando correspondiese. Y atender, además, a la evolución salarial, la renta garantizada y la jubilación. Y a los servicios sociales y demás percepciones indirectas.

Pero un Sindicato que se proclame de clase y sociopolítico debería tener el firme propósito de discutirle al empresariado la organización del trabajo e intervenir en el control de gestión de las empresas. Para conseguir más derechos y evitar que se pierdan los conquistados o consuetudinarios. Seguro que no será fácil. Lo he vivido desde los dos lados de la mesa de negociación y sé de las contradicciones y dificultades que hay por ambas partes. Pero en un momento en que se avanza en una nueva revolución industrial me parece imprescindible que el Sindicato actúe y trate de condicionar su evolución. Para que los trabajadores sean el factor principal de todo proceso de trabajo.

Es evidente que esto no se va a poder acometer con éxito aisladamente en un solo país. Es una labor sindical internacional. Pero, como todo, no se plantea de golpe al unísono en todo el mundo. Por algún lugar se empieza y por otros se sigue. Y alguna labor se está haciendo ya con empresas multinacionales y deslocalizadas.

El desempleo y el malempleo actual ha sido provocado, en gran medida, por la crisis y la deslocalización desordenada de empresas. Que, en vez de redistribuir la producción para mejorar las condiciones de vida por todo el mundo, y evitar la emigración forzosa, lo hacen en exclusiva para reducir costes. Y obtener mayores beneficios privados. Explotando a los trabajadores de allí como ya no lo pueden hacer con los de aquí. Aunque haya retrocesos evidentes.

También se evapora la esperanza y se ausenta la posibilidad de realización personal mediante la participación en un trabajo creativo y socialmente útil. Pues la actual organización del trabajo persigue todo lo contrario. Lo que posibilita que los trabajadores encuentren una luz en los profetas de la extrema derecha, que tratan de consolarles ofreciéndoles falsos culpables, como los emigrantes o los sindicatos o la ausencia de fronteras. O que se pueda creer en mágicas soluciones como la secesión, la independencia, o el derecho a decidir. O burdas distracciones como los referéndums para “decidirlo todo”. Aquí como en la Gran Bretaña.

En un mundo en el que el poder que proporciona el conocimiento y la información se lo reservan a unos pocos. Legales o ilegales. Propietarios o usurpadores. Se puede hacer tambalear el sistema con relativamente pocos medios. Y poner en mayor peligro a la generalidad de las personas. Como se está viendo en estos días.

Para atajar esos peligros el saber se ha de extender y distribuir. Para que de los problemas reales que padecen los trabajadores, con y sin empleo, no que sea la ultra derecha xenófoba y facistoide la que obtenga ventaja, de la precariedad, el paro, la falta de horizontes y utopías necesarias para caminar. Es necesario cambiar los condicionantes que impone la actual forma de organizar el trabajo.

            

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