... y la organización que lo
posibilita
Pedro López Provencio
En estos días, el ciberataque que han
sufrido muchas instituciones y empresas de los cinco continentes es muy grave.
Dicen. Y la amenaza de los hackers está desatada. Y, al parecer, exigen el pago
del chantaje en bitcoins. Esa moneda digital que resulta más difícil de
rastrear que las otras y, en consecuencia, protege la identidad de los
poseedores espurios. Denominados piratas informáticos en este caso. Al igual
que con las monedas de otros piratas, financieros, evasores, corruptos y otros
criminales de distinto pelaje. Que también pueden apropiarse de lo indebido
utilizando esa y cualquiera otras monedas más o menos virtuales. Usando los
paraísos fiscales y otros bancos más o menos cercanos. Siempre propicios a
captar nuevos ingresos y fuentes de financiación.
Paralizado parte del sistema, por la
encriptación ajena de los algoritmos y de los datos propios, se hace imposible
su utilización. Se envía a los trabajadores a su casa. Claro, no tienen nada
que hacer. Su trabajo consiste en seguir las instrucciones que les proporciona
la máquina y, a veces, coadyuvar a su alienado funcionamiento. Al revés
de no hace mucho, que las máquinas seguían las instrucciones de los
trabajadores. Se va culminando la separación entre la acción laboral y el
pensamiento inteligente. Separación que se establece con mayor precisión.
Taylor en todo su esplendor. Con los complementos de Ford y Toyota.
El martes pasado, día 9, impelido por Javier Tébar en su
ingente labor por desasnarnos, fui al speaker’s corner de
CCOO. A escuchar al profesor Hiroaki Watanabe. Nos habló sobre la lucha por la
revitalización de los sindicatos japoneses y la organización de los
trabajadores después de la desregulación del mercado laboral. Entendí, por una
parte, que allí no existía tal lucha. Los sindicatos japoneses de empresa están
para que ésta permanezca, hacerla más productiva, conseguir más carga de
trabajo, que no se deslocalice y que se incrementen los beneficios. Con la
esperanza, supongo, de conservar el empleo y de que “algo les caiga”. Uff, no
sé por qué se me vienen a la cabeza algunas empresas del automóvil de por aquí.
Por otra parte entendí que, a pesar de
las grandes diferencias culturales, históricas, psico-laborales y sociales, la
evolución, de los sistemas de contratación laboral, ha seguido pautas
similares. Desde la década de los 70. En Japón como en Alemania, Italia,
Estados Unidos, España, han sido calcadas. La anterior contratación laboral,
fija e indefinida habitual, ha pasado a ser generalmente temporal y precaria.
La autorización para la creación y funcionamiento de empresas prestamistas se
han dado en las mismas épocas. Y la frecuencia en la contratación de empresas
auxiliares también. Éstas ya fabrican subconjuntos del producto y aportan los
trabajadores que entran en la fábrica principal para montar su parte en el
conjunto acabado. Todo ello ha proliferado al mismo compás.
Después de 50 años de trabajo
ininterrumpido en empresas privadas e instituciones públicas, no se me ocurre
nada importante que suceda en su seno por casualidad. Cuando en los años 60
trabajaba como Oficial mecánico ajustador, el empresario necesitaba conservar a
los profesionales y demás trabajadores. En sus conocimientos y experiencia se
sustentaba principalmente la producción, la organización del trabajo y la
supervivencia de la empresa. De ahí pagar buenos complementos por antigüedad.
De ahí la contratación laboral fija e indefinida. Eso ha cambiado. El
trabajador se consolida ahora como simple apéndice del sistema. Del que se
requiere el conocimiento mínimo necesario para accionar el puesto de trabajo en
el que se le coloca. Conocimiento que le puede suministrar la empresa en un
plis plas. Porque base para adquirirlo suelen tener de sobras. Se requiere
especialmente que sea sumiso y obediente y, a ser posible, asustado e individualista.
Hay empresas de selección de personal que se dicen especialistas en observar la
mirada. Ha de aceptar venir cuando se le llame e irse cuando se le diga. Sus
conocimientos y experiencia cuentan muy poco. O nada. De ahí la contratación
precaria y temporal.
No hay duda de que es muy necesario que
los sindicalistas se ocupen de que se cumplan los derechos consolidados de los
trabajadores. Y que les ayuden en todas aquellas dificultades que les pueda
ocasionar su relación laboral subordinada. Que les faciliten y aporten los
servicios de gestoría administrativa y de asesoría y de defensa legal letrada.
Y acudan, cuando convenga, a la Inspección de Trabajo y a la Jurisdicción
Social. Que deberían actuar de oficio cuando correspondiese. Y atender, además,
a la evolución salarial, la renta garantizada y la jubilación. Y a los
servicios sociales y demás percepciones indirectas.
Pero un Sindicato que se proclame de
clase y sociopolítico debería tener el firme propósito de discutirle al
empresariado la organización del trabajo e intervenir en el control de gestión
de las empresas. Para conseguir más derechos y evitar que se pierdan los
conquistados o consuetudinarios. Seguro que no será fácil. Lo he vivido desde
los dos lados de la mesa de negociación y sé de las contradicciones y
dificultades que hay por ambas partes. Pero en un momento en que se avanza en
una nueva revolución industrial me parece imprescindible que el Sindicato actúe
y trate de condicionar su evolución. Para que los trabajadores sean el factor principal
de todo proceso de trabajo.
Es evidente que esto no se va a poder
acometer con éxito aisladamente en un solo país. Es una labor sindical
internacional. Pero, como todo, no se plantea de golpe al unísono en todo el
mundo. Por algún lugar se empieza y por otros se sigue. Y alguna labor se está
haciendo ya con empresas multinacionales y deslocalizadas.
El desempleo y el malempleo actual ha
sido provocado, en gran medida, por la crisis y la deslocalización desordenada
de empresas. Que, en vez de redistribuir la producción para mejorar las
condiciones de vida por todo el mundo, y evitar la emigración forzosa, lo hacen
en exclusiva para reducir costes. Y obtener mayores beneficios privados.
Explotando a los trabajadores de allí como ya no lo pueden hacer con los de
aquí. Aunque haya retrocesos evidentes.
También se evapora la esperanza y se
ausenta la posibilidad de realización personal mediante la participación en un
trabajo creativo y socialmente útil. Pues la actual organización del trabajo
persigue todo lo contrario. Lo que posibilita que los trabajadores encuentren
una luz en los profetas de la extrema derecha, que tratan de consolarles
ofreciéndoles falsos culpables, como los emigrantes o los sindicatos o la
ausencia de fronteras. O que se pueda creer en mágicas soluciones como la
secesión, la independencia, o el derecho a decidir. O burdas distracciones como
los referéndums para “decidirlo todo”. Aquí como en la Gran Bretaña.
En un mundo en el que el poder que
proporciona el conocimiento y la información se lo reservan a unos pocos.
Legales o ilegales. Propietarios o usurpadores. Se puede hacer tambalear el
sistema con relativamente pocos medios. Y poner en mayor peligro a la
generalidad de las personas. Como se está viendo en estos días.
Para atajar esos peligros el saber se ha
de extender y distribuir. Para que de los problemas reales que padecen los
trabajadores, con y sin empleo, no que sea la ultra derecha xenófoba y
facistoide la que obtenga ventaja, de la precariedad, el paro, la falta de
horizontes y utopías necesarias para caminar. Es necesario cambiar los
condicionantes que impone la actual forma de organizar el trabajo.
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