El barbero de Sevilla sin
Fígaro. El Príncipe de Dinamarca sin Hamlet. Una estafa de tomo y lomo. Rossini y Shakespeare
decapitados a cosa hecha. O, lo que es lo mismo, una moción de censura al
presidente del Gobierno sin Mariano
Rajoy. La madre de todas las estafas.
Hace algún tiempo algunos
letraheridos me llamaron la atención por haber osado decir que el hombre de
Pontevedra se iba deslizando a marchas forzadas hacia el bonapartismo. Incluso
llegaron a tirarme de las orejas porque dije que estábamos entrando en una
democracia demediada. Desgraciadamente, los hechos concretos –y no las
quisicosas academicistas-- están
demostrando que un servidor no meaba fuera de tiesto. No tuve mala puntería.
Repito, por desgracia.
De un tiempo a esta parte se han
sucedido una serie de acontecimientos que muestran que se incrementa el
bonapartismo y se degrada, todavía más, la democracia en nuestro país. El
carácter y las prácticas del Partido Popular son la expresión más contundente de
esta corrosión. Los últimos acontecimientos lo han corroborado: el Gobierno y
sus capataces se han pasado por la cruz de los pantalones la reprobación del
ministro de Justicia y la cúpula de la Fiscalía. Actitudes de extrema gravedad
y, peor todavía, las argumentaciones que les acompañaron. A Hans Kelsen se le hubieran puesto los pelos de
punta. Y posiblemente a sir Winston le hubiera parecido que eso traspasa
desvergonzadamente la política de derechas.
Algún que otro manijero del
Partido Popular ha calificado de «payasada» la presentación de la moción de
censura. Por menos motivo el indecible de Hernández Mancha le presentó una censura a
Felipe González y, éste, a su vez, hizo tres cuartos de lo mismo con Adolfo
Suárez. Ninguna de las dos, dicho sea de paso, tenían posibilidades de
prosperar. Vale decir que ni Suárez ni González calificaron dicha figura
parlamentaria como una payasada. Se apretaron los machos y dieron la cara.
Pero el hombre de Pontevedra no
sólo no da la cara sino que aparenta tomárselo a chacota y anuncia
retrecheramente que hará mutis por el foro. Sabe perfectamente que, incluso
quienes no apoyen la moción de censura de Podemos, lo pondrán verde. Que
también los que critiquen a Pablo Iglesias el Joven lo crucificarán. Que hasta el versátil Albert Rivera, haciendo mangas y capirotes, aprovechará la
ocasión para sacarle los colores. El hombre de Pontevedra, así las cosas,
estima que Fígaro sobra en El barbero de Sevilla. Que a Shakespeare se le fue
la mano introduciendo a Hamlet en El Príncipe de Dinamarca. Y algo más: que la
estabilidad del gobierno español será observada sospechosamente por las
cancillerías europeas. Ahora bien, Rajoy sabe que los periódicos del
Movimiento, viejos y nuevos, le reirán las gracias. Para eso, se diría, está el
saco de reptiles.
Una sospecha: el hombre de
Pontevedra no sólo lee Marca, también Arriba.
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