Escribe El dómine Cebra
Hay un afán desmesurado por
acuñar conceptos. Yo diría desmesurado. En eso se llevan la palma ciertos
sociólogos que rivalizan entre sí en ver quién la dice más estridente o más
novísima. Hay que convenir que se están saliendo con la suya. Primero crearon
el constructo «pobreza energética» y ahora la «pobreza salarial». Como si la
pobreza necesitara ser adjetivada. Pues bien, la una y la otra se ha extendido
como un reguero de pólvora en tertulias, artículos de opinión y hasta en las
declaraciones de la mayoría de los políticos, politólogos, talabarteros y demás
oficios. Hasta prestigiosos sindicalistas se han sumado a esta exhibición del
lenguaje, amenazando con figurar en la pancarta.
¿No basta con decir pobreza? ¿No
tiene rotundidad decirlo así, a secas? ¿Necesita la pobreza tener más contundencia
con un inútil adjetivo? En fin, tenemos
dos problemas: el de la bulimia de acuñar términos sin ton ni son y el del
seguidismo de ellos, es decir, esa contumacia en hablar de prestado.
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